ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 03/03/16
· La crisis económica, el negocio mediático y el cíclico retorno de los populismos han convertido algo más de la cuarta parte del congreso de los diputados en un reducto de la palabra harapienta. El carácter de esa palabra no es una novedad estricta. Harapientos los ha habido siempre, y en su mayoría vinculados a las extremidades inferiores de los nacionalismos catalán y vasco. Pero el auge del partido Podemos ha incrementado de una manera notable su presencia numérica.
El debate de investidura dio ayer algunas conclusiones de interés. Pero ninguna como la necesidad de mantener a los harapientos al margen de los movimientos racionales de la política. Una persona, caso de Pablo Iglesias, que inicia su intervención en la cámara homenajeando políticamente a Salvador Puig Antich, un frívolo atracador de bancos al que despreciaba todo el antifranquismo y al que solo un régimen criminal como el de Franco pudo convertir en héroe, esa persona, Iglesias, digo, está incapacitado para llevar a cabo cualquier iniciativa política razonable: por su ignorancia y por su enajenación. La transición fue un proceso político ejemplar, pero, inevitablemente, dejó algún marginado: Iglesias es hoy el intérprete más significado de todos aquellos, como su propio padre, para los que la transición fue traición, Crispín.
Muchos países han de asumir la carga harapienta. Francia y el lepenismo. Italia y su Liga. América y la amenaza cada vez más creíble de Donald Trump. Mientras sea posible, es decir, mientras no pase lo que acaba de pasar en Polonia o en Cataluña, el frente de la razón ha de mostrarse implacable e imperturbable.
Ni en el poder local ni en el autonómico ni en el estatal debería establecerse el menor pacto con ellos. La sociedad democrática no puede, ¡ni debe!, aspirar a eliminar el conflicto; pero es legítimo que trate de controlarlo. Daba vergüenza democrática el escuchar ayer cómo el candidato Sánchez trataba de ganarse, en su primera intervención, el favor del partido Podemos, que una hora después, y en medio de grandes e incoherentes alaridos, su líder Iglesias rechazaría.
Sin embargo, la investidura frustrada de Sánchez no habrá sido del todo inútil. Habrá permitido exhibir la imposibilidad de acuerdo alguno con el partido Podemos y su magma, y la urgente necesidad de revisar los vigentes. Y habrá dado sólidos argumentos a los ciudadanos para que en las próximas elecciones tomen decisiones basadas en un conocimiento de la realidad harapienta que no tenían antes del pasado 20 de diciembre. En ninguna segunda vuelta electoral se vota como en la primera.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 03/03/16