Iñaki Ezkerra-El Correo
¿De verdad creen que la entelequia de una Cataluña y un País Vasco autosuficientes podría mantenerse por frenar la ayuda del Ejército?
La vieja aberración de anteponer la ideología a la seguridad ciudadana encontró su paradigma en el accidente de la central soviética de Chernobil en abril de 1986. No de modo distinto actuó el régimen de la República Popular China cuando hace tres meses castigó al oftalmólogo del Hospital Central de Wuhan que advirtió de los primeros indicios de neumonía por coronavirus. Salvando todas las distancias que haya que salvar tanto en lo que toca a la naturaleza como a la dimensión de esos dos casos, la verdad es que ese nefasto modo de actuar ‘ideológicamente’ sobre cualquier básico criterio de seguridad ha hallado insólitos seguidores en España.
Hablo de la gestión del Gobierno frente al Covid-19 y de ese 8-M en el que se antepuso la ideología a la seguridad de toda la población, pero también de las aportaciones que han hecho los nacionalismos catalán y vasco en el contexto de esta crisis. Las tenaces y ridículas resistencias que han mostrado ambos al propio estado de alarma y a que la UME entrara en sus respectivas comunidades autónomas son de una puerilidad pasmosa y dicen algo muy preocupante sobre la escala de prioridades que esos políticos tienen en la cabeza. Alguien que piensa que Cataluña o el País Vasco han sido humillados por esas iniciativas para frenar la pandemia es alguien que sufre una percepción seriamente distorsionada de la realidad, por no decir que no está bien de los nervios.
¿De verdad sienten como un agravio que otros españoles les presten socorro ante un fenómeno que nos desborda a todos? ¿De verdad creen que la entelequia de una Cataluña y una Euskadi autosuficientes podría mantenerse porque lograran frenar esa ayuda del Ejército? Y, aunque esa mentira se pudiera mantener como algo verosímil, ¿a quién le interesa que se mantenga? ¿Qué nos va en ello? ¿Es un objetivo presentable desmentir la evidencia de una realidad global que nos hace a todos interdependientes?
Esta enfermedad no sólo ha servido para mostrar del modo más irrebatible y descarnado la desnudez e indefensión esenciales de la condición humana, que las personas cabales tenemos ya asumidas, sino para desvelar las taras doctrinales de origen y la actual inviabilidad práctica de unas ideologías -los comunismos y los nacionalismos- que reclaman una subordinación rayana en la enajenación mental y moral. Ideologías que sólo en la medida en que se disimulan a sí mismas en tiempos de bonanza pueden pasar por ‘sostenibles’, pero que se revelan inoperantes cuando no directamente irracionales en cuanto surge una amenaza imprevista que requiere del simple sentido común.
La reacción de resistencia a la intervención de la UME en la crisis del coronavirus llueve sobre mojado en el caso vasco. Se suma a la actitud de idéntico rechazo que el PNV ha mostrado a la ayuda de ese destacamento especial del Ejército en el derrumbe del vertedero de Zaldibar. Lo grave no es sólo que ese partido reaccionara ante la catástrofe negándose a la ayuda que podría brindar la UME sino que siete semanas después del derrumbe se sigan negando mientras permanecen enterradas dos personas bajo toneladas de amianto. ¿Hasta dónde llega la sinrazón nacionalista que ni siquiera el hecho de que el PNV comparta el poder autonómico con el partido de Sánchez ha servido para que el primero ceda en ese terreno?
Para mostrarnos las supersticiones colectivas que llevaron a su país a la Segunda Guerra Mundial, el japonés Kenzaburo Oé escribió un libro de relatos: ‘Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura’. Ese título es un deseable programa político y la antítesis de la actual consigna reinante: ‘la ideología antes que la seguridad y a costa de la seguridad’. Una consigna que también define a Vox, el partido que eligió aquel mismo fatídico 8-M para reunir a 9.000 personas en Vistalegre y que luego culpaba al Ejecutivo de Sánchez de no habérselo prohibido. ¿Desde cuándo un liberal reprocha a un Gobierno de izquierdas que no intervenga para protegerlo de sí mismo? Aquí ya estamos ante un insólito rizo del rizo: un partido que, por ideología, renuncia a su ideología.
El caso de Ortega Smith, el hombre que viajó a Milán, al gran foco de la infección, para pillar ésta, volver y contagiar a sus votantes repartiendo abracitos y besotes, añade otra grotesca contradicción al populismo ultraconservador: en un vídeo que se ha hecho viral (valga la redundancia), Ortega Smith expresa su confianza en que «sus anticuerpos españoles luchen con los malditos virus chinos hasta derrotarlos, como si de viejos Tercios se tratase». El partido que se erigía en látigo del sabinismo compite, así, con éste en un racismo parejo en lugar de entender la verdadera lección que en estos días nos dan la enfermedad y la muerte: que todos los seres humanos somos iguales; iguales de frágiles, de efímeros y de desvalidos.