Dice el sondeo de Sigma Dos que estamos condenados al error. Me explico: en el caso de repetición electoral los dos bloques quedarían empatados a 175 escaños. Descartada la posibilidad de que al PNV le entrara un golpe de racionalidad o a los golpistas catalanes otro de decencia, estaremos a expensas de que los más tontos con escaños vuelvan a equivocarse y entonces todo estaría en manos de Francina Armengol, que daría por bueno el error tipo Casero y enmendaría sobre la marcha los de Herminio Sancho y el perseguido en patinete, Eduard Pujol.
Me he sorprendido a mí mismo en estos días en abierta discrepancia con personas con las que habitualmente tengo un alto grado de acuerdo. Piensan y razonan que Feijóo debería ceder los votos necesarios a Pedro Sánchez con el fin de que su investidura no dependiese de EH Bildu, Junts y ERC. Este es el error. A Sánchez le gustan más Otegi y Puigdemont que Alberto Núñez Feijóo. Es más, preferiría a Josu Ternera antes que a Feijóo. Otro error es considerar que votar a Pedro Sánchez es un mal menor, un peaje razonable para evitar el mal mayor que es su dependencia del prófugo del maletero o del tipo que jugaba a la ruleta rusa con su secuestrado Abaitua.
No es así. Pero Sánchez es el mal mayor. Ninguno de los citados tendría la menor probabilidad de cargarse la Constitución, abolir la Monarquía o romper la unidad de España, si no fuera por el vínculo de hierro que mantienen con el PSOE. Ninguna exigencia de sus socios ha sido rechazada. Y no lo será, salvo que la exigencia tenga truco: que estén pidiendo la autodeterminación sin ganas, para que a cambio les cedan la amnistía como si fuera una victoria. Todo por la Constitución. En todo caso, hay algo en lo que se igualan Sánchez y sus cámplices y es en la falta de respeto a la verdad. El fugitivo y Aragonés pueden venirse arriba y exigir las dos cosas al mismo tiempo y en su defecto negarle la investidura. Bueno y la cabeza del juez Llarena, que es su bestia negra. En realidad, para librarnos de Pedro Sánchez nuestra mayor esperanza es Puigdemont.
Ayer se cumplieron seis años de aquel intento golpista en el que los sediciosos, a los que Sánchez consideraba rebeldes en mayo de 2018, acosaban a los cargos públicos, se privatizaban los centros de enseñanza para la práctica del butifarrendum y recorrían las calles catalanas con urnas que llevaban llenas de votos ya desde casa. Y Marta Torrecilla, aquella concejal de ERC que denunció a los cuerpos de seguridad del Estado, (los piolines, como les llamó el presidente del Gobierno) por haberle roto los dedos uno a uno y por haberle tocado las tetas. Era mentira, tal como revelaban las fotos. Como eran mentira los casi mil heridos que denunció el entonces consejero de Salud, Toni Comín, hoy realquilado en Waterloo.
Hoy el Rey va a iniciar otra ronda para encargar el intento de la investidura a otro candidato, seguramente Pedro Sánchez, aunque el plantón que van a darle Junts y Esquerra no va a permitir verificar que el candidato socialista tiene más apoyos que el popular. Y mañana se cumplen seis años del soberbio discurso del 3 de octubre por el que más de la mitad de los españoles guardaremos una gratitud que no prescribe a Felipe VI.