El caso es que los seis de marras dejaron escrito también que, en España, un partido podría ser ilegalizado si su actitud frente a las víctimas del terrorismo implicara un apoyo a la actividad terrorista, lo que podría plasmarse en acontecimientos como el enaltecimiento del terrorismo, la humillación se sus víctimas, la ambigüedad en la condena del terrorismo, la equiparación de la violencia terrorista con la del Estado o la homologación del sufrimiento de las víctimas con el de los terroristas encarcelados. Así, con dos cojones, sin el menor rebozo, como si las luces de su inteligencia les impidieran ver que eso mismo que estaban caligrafiando era lo que desde el primer minuto de su promoción como partido hacía Sortu. Es como si su adscripción al progresismo les hubiera conducido a seguir ciegamente las consignas del político que les seleccionó para el puesto.
Lo de Sortu ha sido un suma y sigue para mantener en alto el anagrama de ETA, con su serpiente y su hacha —símbolos del sigilo y la fuerza armada—, y su consigna —el «bietan jarrai» que reclama seguir con ambos elementos—. Los seis visionarios los metieron en el sistema político y ahora, con la bendición de Sánchez, los tenemos hasta en la sopa.