IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • Si a los sindicatos les aprieta la subida del índice de precios, a los empresarios les angustia la bajada de los márgenes

Al gobierno le han adelantado la Semana Santa y ha vivido su particular semana de dolores. Repasemos. La crisis energética no ceja. De momento solo alcanza a los precios, instalados en las alturas, ya veremos luego si aguanta el gas y evita problemas en los suministros. La vicepresidenta tercera lo ha padecido en sus carnes. Modificó el ‘reglamento del juego’ a mitad del partido, con el objetivo de reducir los beneficios de las eléctricas, pero las respuestas de éstas -en forma de amenazas de ralentizar, parar o trasladar inversiones- forzaron su brazo y se vio obligada a batir el récord de mortalidad infantil de un Decreto-Ley que tuvo que ser explicado al de dos días y modificado al de dos semanas. Luego se fue a Bruselas y pidió a la UE un cambio de modelo y cuando obtuvo un no rotundo a sus pretensiones solicitó una excepción para España que obtuvo una respuesta del mismo signo. Calabaza tras calabaza se fue a Argelia en busca de una prórroga al cierre del gasoducto que nos provee a través de Marruecos. Nueva negativa, paliada con la garantía de mantener las cantidades comprometidas a través de la alternativa marítima. Lo cual está bien, pero tiene el inconveniente de que el proceso de licuefacción del gas, traslado en barco y posterior gasificación encarece el coste de los envíos que, además, quedan al albur de los problemas marítimos que tantos sustos nos dieron en el pasado.

El extravío de los precios de la energía puso en el disparadero a la inflación que batió otro récord, viejo de 29 años. Como el IPC sube porque aumentan los costes y no por la exuberancia de una demanda aún renqueante los márgenes de las empresas se aprietan y ponen en riego las producciones, con especial virulencia en las consumidoras intensivas de electricidad, algunas de las cuales ya anuncian cortes temporales y amenazan con cierres. La única solución consiste en trasladar los costes a los precios, pero eso no siempre es posible y, si lo es, provocará nuevos aumentos del IPC.

Lo único bueno es que el empleo supera los 20 millones, pero el impulso viene del sector público.

Seguimos. Una inflación tan elevada tensará las negociaciones de los convenios, máxime cuando al gobierno se ha decidido a modificar la reforma laboral en el sentido de dar más poder a los sindicatos. Una promesa cien veces realizada y cien veces matizada. La cuestión es tan delicada que lo partidos que lo sostienen se han metido en un impresentable rifirrafe de protagonismos formales, que esconden graves diferencias conceptuales. El acuerdo (?) alcanzado pretende pacificar las ariscas relaciones entre las dos vicepresidentas primeras en el escalafón. Pero ni el jefe de espías de la Stassi lo hubiese redactado mejor, tal es el cúmulo de recelos y marcajes mutuos que destila. Veremos lo que sale de ahí, pues la patronal tiene sus propias ideas y si a los sindicatos les aprieta la subida del índice de precios, a ellos les angustia la bajada de los márgenes. Y todo ello sucede bajo al atenta mirada de Bruselas que lo observa mientras aprieta el puño que encierra las ayudas que han de llegar.

El resumen llegó el viernes con un dato tan modesto de crecimiento del PIB en el tercer trimestre -un 2%-, que arruina las esperanzas puestas en la fuerza de la recuperación en 2021 y da un golpe mortal a las previsiones de ingresos públicos sobre los que se sustentan los presupuestos del 2022.

La única noticia positiva ha llegado con los datos del empleo que anuncian la superación de los 20 millones de empleados. Pero, incluso aquí, el entusiasmo se amortigua al comprobar que son los empleos públicos los que empujan, mientras que los privados se mantienen por debajo del nivel pre Covid y los ERTE cobijan todavía a mucha gente.

Añadan el varapalo del Constitucional al segundo estado de excepción y el del Supremo al impuesto de plusvalías. Súmele el espectáculo de los truques interminables de votos por cesiones de todo orden a los partidos nacionalistas (En su lugar hubiese apretado más, Pedro Sánchez parece de Bilbao, firma los cheques sin mirar las cantidades) y obtendrá un panorama que en otras latitudes hubiese tumbado a cualquier gobierno. El nuestro… no se inmuta, continúa impertérrito. ¡No nos merecemos la suerte tenemos! ¿O sí?