Kepa Aulestia-El Correo
En los días anteriores al cara a cara televisivo entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo fueron numerosas las voces socialistas que se jactaron de que la campaña les estaba resultando demasiado larga a los populares. Después del debate del lunes 10 su conclusión fue la inversa. La remontada parecía frustrarse, y ni el voto útil para Sánchez ni la reactivación de la izquierda en su conjunto contaba con el estímulo de una posible victoria. De modo que la consecución de ésta solo podría darse a fuerza de fe. Algo que no resulta muy usual en la política laica a la que recurre también el socialismo sanchista. Menos cuando el desarrollo del cara a cara con Feijóo hace más difícil creer en la palabra y en la figura del presidente para empeñar el voto propio y recabar el de los más cercanos.
Las elecciones dejan en manos de los ciudadanos en general y de los militantes de partido en particular la sentencia última sobre los dirigentes. Sobre si merecen o no su confianza. En los partidos late el deseo callado de una democracia censitaria, en la que solo pudieran participar los señalados. Resulta costoso admitir que votar es un derecho igual para todos, puesto que parece incomprensible que valga lo mismo la papeleta de cualquier partido, pero sobre todo la decisión de cualquier elector. Lo mismo el voto de quien sabe apreciar las realizaciones del gobierno de progreso y las virtudes de su presidente que el voto de aquellos proclives a atender las fake news o mostrarse tolerantes hacia los discursos de odio. Por eso hubo socialistas que no quisieron asistir al cara a cara, y optaron por lo que muchos hinchas hacen ante la tanda de penaltis: evitarse el sufrimiento.
El electorado y las bases militantes son igualmente implacables. No esperan a conocer el resultado de los comicios para desentenderse de los representantes que pierden. Les basta con saber que eso entra dentro de lo probable para evitar retratarse con ellos. Hoy el debate en el PSOE no es qué deberá hacer y hacerse con un nuevo gobierno progresista. Hoy el debate es qué deberá hacer y hacerse en el PSOE si no logra los escaños suficientes para investir a Pedro Sánchez.
Habría ocurrido lo mismo en el PP si Feijóo hubiese salido mal parado del cara a cara del lunes. Es un debate silenciado, pero demoledor. Porque sitúa a los afiliados ante una disyuntiva atroz. O se aferran a la fe, cuándo ésta se devalúa si se confunde con un acto de voluntad. O se ponen a pensar en su destino fuera del gobierno dando por perdidas las elecciones hasta perderlas con total seguridad.
Falta una semana para que se abran y cierren las urnas. Una semana en la que no es nada probable que interceda el espíritu santo para alumbrar la fe en los socialistas e insuflarles esperanza respecto a las posibilidades de Sánchez. Lo que hará aún más doliente la espera. Más doliente la simulación de una campaña de «verdades» frente a las «mentiras» de los favoritos.