Jon Juaristi-ABC

  • Hay que seguir insistiendo en que los derechos históricos de los territorios vascongados derivan exclusivamente de la Constitución de 1978, a ver si nos enteramos

Yendo de librerías de viejo, a lo que salga, encuentro un ejemplar de Camarada don Camilo (Mundo pequeño), de Giovanni Guareschi, publicado en 1965 por la editorial Montejurra, de Sevilla, en traducción del dueño de la misma, Francisco Elías de Tejada y Spínola, y de su esposa, Gabriella Percopo. No creo que estos nombres le suenen al lector actual. Guareschi fue un escritor católico que popularizó los personajes de don Camilo y Peppone, párroco y alcalde comunista respectivamente de un pueblo del valle del Po. Su editor español, Elías de Tejada (1917-1978), un carlista liante que terminó reñido con todo el mundo, destacó en el medio académico franquista por sus intemperancias. Lo conocí cuando ocupaba la cátedra de Filosofía del

Derecho en la Universidad de Sevilla, muchos años después de haber dirigido en la de Murcia la tesis doctoral de Enrique Tierno Galván. Se jactó ante mí de haber aprendido vascuence en la cama de una viuda vizcaína (decía haber aplicado un método similar al estudio de muchos otros idiomas exóticos, incluido el zulú). Por supuesto, no hablaba vasco. Creo que confundía divagar sobre una lengua y sus improbables conjunciones copulativas con dominar aquella.

En 1963, Elías de Tejada publicó en las Ediciones Minotauro (en rigor, una colección de tema vasco de la editorial madrileña Castilla) un breve ensayo de historia jurídica, El Señorío de Vizcaya (hasta 1812), donde sostenía que el Fuero de dicho territorio, aun integrando usos y costumbres ancestrales de la población, no habría existido como tal hasta su canonización escrita por orden del Señor, título que en el siglo XV, cuando aparecieron las primeras codificaciones forales, recaía ya en el Rey de Castilla. Pero esta teoría no dejaba de ser a su vez la canonización del mito del origen del Fuero como un pacto entre los vizcaínos y su primer Señor, leyenda inventada en el mismo siglo XV por el cronista Lope García de Salazar para legitimar un fuero de hidalgos en crisis. En realidad, el Fuero de Vizcaya no fue sino la extensión del fuero de hidalgos, en tiempos de los Reyes Católicos, a toda la población del Señorío. Un tratamiento histórico mucho más serio de este asunto puede encontrarse en El Señorío de Vizcaya. Nobles y fueros (ca. 1452-1727), de Juan José Laborda, publicado en 2012 por Marcial Pons.

El diario «El Mundo» publicó el pasado jueves un artículo de Eduardo Álvarez, en el que, bajo el titular «Rey y Señor de Vizcaya», su autor censuraba la actitud más bien displicente del PNV ante la propuesta de los representantes de Unidas Podemos para retirar a Don Felipe VI el último de ambos títulos que, al parecer, todavía ostenta. Obviamente, el PNV tiene razón al observar que dicho título carece de cualquier poder efectivo anejo. Y no la tiene Álvarez al recomendar (¿a quién?) que si al PNV le da por abolir el Señorío, «ábrase la puerta a revisar todos los derechos que se derivan del ancestral pacto del pueblo vasco con la Corona». Los derechos históricos del pueblo vasco, sea quien sea este pollo, emanan directamente de la Constitución actual, y no de pacto ancestral alguno. Se entiende que los de Podemos, con las neuronas carbonizadas por los dragones de Juego de Tronos, se dediquen a exhibir su indigencia cerebral en estos numeritos, pero, ¿qué hace un Eduardo Álvarez entrándoles al trapo desde «El Mundo»? Los derechos históricos se los dió a Euskadi en general (y al PNV en particular) el pueblo español soberano en 1978, y quien se pica ajos come. Francisco Elías de Tejada murió ese mismo año, y los señoríos se habían ido mucho antes «derechos a se acabar/ e consumir», como decía don Jorge. O sea, al carajo. Sin perdón.