Luis Ventoso-ABC

  • Además de lo de hace 80 años sería útil recordar lo próximo

Hace 25 años, en la mañana del sorteo de la Lotería de Navidad, hacía un día desapacible en León, gris y de lluvia. Pero para Luciano Cortizo Alonso, de 44 años, era una jornada de ilusión, porque arrancaba su permiso navideño. Luciano había nacido en A Rúa, en Orense, pero llevaba media vida en León y estaba satisfecho allí. Comandante de Artillería, destinado en el cuartel de El Ferral, residía en unas viviendas militares del centro junto a su mujer, Margarita, una abogada, y sus dos hijos, Beatriz, de 18 años, y Alejandro de 17. A la una y veinticinco de la tarde se subió a su coche, un Ford Orion, junto a su primogénita. Solo circularon 150 metros. El

coche portaba en los bajos una bomba de dos kilos de cloratita, activable con el movimiento del vehículo. Estalló a la altura de un semáforo de la calle Ramón y Cajal. La zona de pasajeros del Ford se volatilizó y el resto del coche quedó como un amasijo de lata despachurrada. Luciano murió al instante. Bajo una manta sobre el asfalto húmedo se ocultó su cuerpo, decapitado por la bomba. Beatriz sufrió heridas muy graves: perdió el bazo, sufrió daños en las piernas y una de sus manos arrastra secuelas perennes. El atentado lo ejecutó Sergio Polo, terrorista de ETA, banda que en los últimos once días había matado a otras siete personas. La orden de asesinar a Luciano la impartió María Soledad Iparraguirre, alias Anboto, guipuzcoana, hija de un etarra y jefa de los comandos de asesinos de la banda.

Anboto, hoy de 59 años, fue detenida en el sur de Francia en 2004, donde llevaba una bucólica vida rural con su pareja, Mikel Antza, jefe de ETA. Tras cumplir quince años allí por pertenencia a organización criminal, los franceses la deportaron a España el año pasado. El viernes fue condenada en la Audiencia Nacional a 122 años de cárcel por el asesinado de Luciano Cortizo y a indemnizar con 802.000 euros a su viuda e hijos. En 1996, cuando detuvieron al asesino de Luciano, se encontró entre sus posesiones una carta de Anboto, que entre bromas macabras lo apremiaba a ejecutar rápido el atentado de León: «A ver si algo hace BOUMM», porque «a veces al enemigo se le aparece la Virgen».

ETA se disolvió derrotada por la Policía española. Su vertiente política, Batasuna, ilegalizada en su día como parte de la banda, fundó una nueva marca: Bildu. Nunca han condenado el brutal reguero de muertes, mutilaciones y secuestros y auspician homenajes a los sicarios que salen de la cárcel. En las últimas elecciones autonómicas ha sido la opción de 248.688 vascos. Doblaron en votos al PSE; con 21 diputados, tres de ellos expresos etarras. Vivimos en un país bipolar, donde mientras se condena a 122 años de cárcel a una exjefa etarra, Bildu ya es tratado por el PSOE como un partido perfectamente respetable.

La semana pasada condenaron en Hamburgo a un exnazi de 93 años por crímenes contra lo judíos. Lógicamente, los partidos de esa ideología están prohibidos en Alemania. Aquí se estila otra filosofía: una amnesia acelerada que oculta una tristísima carcoma moral. Memoria histórica forzosa para hechos de hace 80 años y desmemoria obligatoria para los crímenes -y los socios de los criminales- de hace 25.