Sensibilidad

En toda campaña electoral, al calorcillo de la gresca, se improvisan bastantes tonterías.

Entre las pronunciadas con motivo de los comicios europeos, la más suntuosa hasta la fecha se debe al genio artístico de Willy Meyer, que se jactó -en el debate televisado del jueves- de poseer una dolorida sensibilidad respecto a la tragedia de la inmigración magrebí y subsahariana por haber vivido en Cádiz. Como el candidato de IU había aludido previamente a la supuesta indiferencia de la derecha europea en general y de Mayor Oreja en particular ante el sufrimiento de los sin papeles, podría interpretarse la susodicha parida gaditana en términos de un reproche geográfico contra este último, dado el pertinaz apego de don Jaime a su Donostia natal (pasión que yo tampoco comprendo, aunque respeto), desde donde, por buena voluntad que uno ponga, jamás percibirá en el horizonte, ni en los más claros días sobre la Concha, las mortíferas aguas del Estrecho.

Se engaña Meyer. Los vascos y vascas, sean o no de San Sebastián, también tienen su corazoncito. Incluso los nacionalistas. Hace ya siete años, los partidos abertzales -que, entonces como ahora, reclamaban el traslado de los presos de ETA a cárceles del País Vasco- propusieron enviar todos los reclusos africanos de las mismas a prisiones andaluzas. Así, aducían, además de ganar espacio para alojar a los autóctonos, se conseguiría otro encomiable objetivo humanitario: acercar los penados marroquíes y nigerianos a sus familias, que podrían visitarlos con mayor frecuencia (no recuerdo si los nacionalistas se comprometieron a destinar una partida del presupuesto autonómico al alquiler de pateras para los parientes).

Nunca dejará de admirarme el desfachatado supuesto de que la sensibilidad es patrimonio de la izquierda. No conozco un solo caso en que un gobierno de tal signo haya conseguido frenar la emigración de la población propia sin transformar su correspondiente país en un campo de concentración. En cuanto a la masiva inmigración ajena, es sabido que la más eficaz de las políticas progresistas consiste en arruinarse uno mismo hasta dejar de ser un destino deseable. Todo lo justifica esa exquisita sensibilidad negada a la gente de derecha como Mayor Oreja. Pongámonos en la hipótesis de que la propuesta de IU defendida por Willy Meyer en el mencionado debate se llevase a cabo y que todos los países de la Unión Europea concedieran automáticamente plenitud de derechos cívicos y políticos a cada emigrante recién llegado. La catástrofe humana que se produciría no tendría parangón en el pasado del viejo continente. Miles de muertos recalarían a diario en las playas mediterráneas y, antes de pocos meses, Europa estaría sumida en la peor guerra de su historia. Por supuesto, ni Meyer cree que semejante demencia tenga la mínima posibilidad de ser tomada en serio, pero hay que enarbolarla para que no quepan dudas acerca de lo sensible que es uno y del encanallamiento de una derecha empeñada en controlar algo tan natural, tan espontáneo, tan útil y benéfico como la emigración.

Pero si las tonterías de Willy Meyer eran demasiado evidentes y caricaturescas, la circunspección, las cautelas y los circunloquios de los otros participantes en el debate dejaron claro que, salvo Mayor Oreja, nadie tenía gran cosa que decir sobre este asunto, lo que resulta estremecedor. Se habló de cooperación, de ayuda al desarrollo, de actuar sobre las causas del terrorismo y de generalidades por el estilo. Se culpó de la miseria africana -lo hizo Alejandro Rojas Marcos- a las antiguas potencias coloniales. Ni una palabra sobre los gobiernos tiránicos, sobre la intolerancia religiosa, sobre la corrupción y demás plagas concretas y endógenas que afligen a los países de origen de los emigrantes. No se discutió de nada parecido, porque la nueva mayoría se vale del espantajo de la guerra de Irak para evitar cualquier referencia a la necesaria democratización de aquéllos. A falta de una política, se exhibe sensibilidad o, más exactamente, sensiblería. Willy Meyer es sólo la ilustración extrema de esta oscura desbandada.

Jon Juaristi ABC 6/6/2004