Del Blog de Santiago González
Mao era un gran autor de frases y consignas: ir del campo a la ciudad, distinguir la contradicción principal y las secundarias, etc. Una de ellas, “una chispa puede incendiar la pradera”, sirvió a José Catalán Deus para titular un documental sobre el FRAP, la organización terrorista en que militó Javier Iglesias, el padre de Pablo.
Matilde Muñoz, una testigo muy orgullosa de cuanto hizo, rechaza la etiqueta de terrorista: “No éramos un grupo terrorista. Las acciones armadas eran otra cosa y no tenían nada que ver”. Parecido es el razonamiento de Javier Iglesias Peláez, que circunscribe su activismo al Comité Pro-FRAP, presuntamente otra cosa. Tal como demuestra Jiménez Losantos en su libro, era la misma sustancia, la misma carne y la misma sangre de la banda terrorista. Su propaganda se jactaba del “ajusticiamiento de los asesinos policías el primero de Mayo (de 1973)en Madrid”.
El documental se basa en los testimonios de fundadores y militantes de primera hora del FRAP, que van desgranando recuerdos entreverados de fantasía, lírica y épica en un solo relato. Cuando hablan de la fundación del partido por Julio Álvarez del Vayo en el piso que tenía en París Arthur Miller, no hay acuerdo. El dirigente Raúl Marco y Alvaro Fernández Alonso, que respondía a los nombres de guerra ‘Iñaki’ y ‘Rodrigo’ no hablan del mismo compañero de viaje. Marco cita a Arthur Miller, a quien ‘Rodrigo’ llama Henry Miller, el novelista de los Trópicos, ‘Plexus’, Sexus’ y otras cochinaditas. Dos veces lo llama Henry. Era Arthur, aunque Freud pasaría algunos apuros para explicar qué hacía el futuro marido de Marilyn Monroe en semejantes compañías. Pero en fin, ahí estaban, sin admitir más que algún error en su ejecutoria, mayormente de coyuntura: el partido no estaba preparado y otras indecencias parecidas, lo que les abre la puerta de la melancolía, pero les cierra la del arrepentimiento. Tal como escribía Juan Marsé en la última página de ‘Si te dicen que caí’: “Hombres de hierro, forjados en tantas batallas, soñando como niños”.
El secretario de Estado de Memoria Democrática ha escrito un whatsapp a la Asociación de ex guerrilleros españoles en Francia para anunciar que el Estado se va a hacer cargo de los restos de Alvarez del Vayo en Ginebra. Ya falta menos para levantar un monumento a Agapito García Atadell. Quizá cuando caiga Madrid.
Al mismo tiempo hemos sabido que el Tribunal Constitucional ha admitido el recurso de Cayetana Alvarez de Toledo contra la decisión de Meritxell, mi Meritxell, de retirar el calificativo que dedicó a Pablo Iglesias: “Usted es el hijo de un terrorista. A esa aristocracia pertenece usted: a la del crimen político”. En esa lengua en que expresa su doble pensar, Iglesias se había jactado en más de una ocasión de que su padre era del FRAP: en su obituario de Carrillo y en un tuit que envía a Yolanda Díaz, con una canción de Pedro Faura “que me cantaba mi padre frapero de peque”. La canción de cuna retrata al “pelele” (el Rey Juan Carlos) debajo de un colchón preguntando por el ruido de la calle: “¿Son acaso los del FRAP que me quieren degollar?” Con su otra media lengua acusó a Cayetana de calumniar a su señor padre a quien pensaba “invitar a ejercer las acciones oportunas”. Dicho por alguien que pondera al FRAP le recuerda a uno la expresión admirativa del marqués de Leguineche ante unos antidisturbios de la Policía Nacional: “Acojonan, ¿eh?”