- Este señor debe pensar que los extremeños son unos incautos que no se dieron cuenta de que votaron seis veces a un populista que bebía del porrón de sus abuelos
El sábado pasado se publicó en El País un artículo firmado por uno de los novelistas más brillantes del panorama literario español. Julio Llamazares, al que admiro por la profundidad de su producción literaria, escribía ese día un alegato contra los gobiernos que gobiernan contra la España vacía. Llamazares citaba a Sergio del Molino y su libro Contra la España vacía como elemento de autoridad para reforzar sus argumentos.
Sentí curiosidad y acudí a las fuentes que citaba Llamazares. No encontré el libro que recomendaba, pero sí otro que lleva por título La España vacía del mismo autor. Se trata de un ensayo sobre esa España vacía. Sergio del Molino se declara urbanita, nacido en Madrid y vecino de Zaragoza. Para asentar su autoridad en lo que se conoce como la España vacía nos cuenta en su libro que “parte de mi trabajo como periodista ha consistido en recorrer la España vacía. Como reportero del Heraldo de Aragón, era rara la semana que no me tenía que levantar a las cinco de la madrugada para meterme con un fotógrafo en un coche y recorrer cien, doscientos o trescientos kilómetros en busca de una historia en un lugar minúsculo y remoto”. Bueno, pues como Las Hurdes están a seiscientos kilómetros de Zaragoza, entiendo que el señor Del Molino no ha puesto un pie en esa zona de España que él ridiculiza y caricaturiza. Solo eso puede explicar la inexactitud de lo que escribe.
En la página 123 del libro citado (Editorial Turner), en un intento de desprestigiar mi paso por la política extremeña, Sergio del Molino escribe: “En 1984 ganó las elecciones al parlamento de Extremadura un joven profesor socialista que sabía esconder sus modales universitarios para mostrarse como un hijo carismático de su tierra, orgulloso de su acento. El populismo en España siempre se ha vestido de chico de pueblo que triunfa en los estudios y vuelve a su tierra para beber vino del porrón de sus abuelos”.
Hubiera bastado con que el autor hubiera madrugado un poco más y preguntado a cualquiera o que hubiera hablado conmigo para no haberme calificado de populista o caudillo latinoamericano
Vayamos por partes. Hoy en día, el que se equivoca en una biografía o en datos es porque quiere, porque es un holgazán o porque le interesa mentir para que le cuadre lo que pretende demostrar. Resulta tan sencillo mirar en Wikipedia y saber que las primeras elecciones a las que me presenté para presidente de la Junta de Extremadura no fue en 1984, sino en 1983. Lo sabe cualquiera que haya estudiado algo del sistema autonómico español. Pero, bueno, supongamos que le traicionó la memoria. No tiene mucha importancia. Lo de populismo ya pinta de otra manera. Así que me vestí de chico de pueblo y bebí del porrón de mi abuelo para mimetizarme en un populista. ¡Qué gracia! Nací en Extremadura por casualidad. Podría haber nacido en cualquier otra parte. Mis abuelos maternos eran valencianos y los paternos, madrileños. Y madrileños era mi madre y mi padre y mis dos hermanas mayores que yo. Fui el primer miembro de mi familia que nació en Extremadura. Así que ¿en qué porrón bebí yo? ¿En el que acompaña unas buenas torrijas o unos buenos bartolillos o en el de mistela después de una buena paella? Hubiera bastado con que el autor, que a lo más lejos que llegó en sus madrugones semanales fue a 300 kilómetro de su residencia, hubiera madrugado un poco más y preguntado a cualquiera o que hubiera hablado conmigo para no haberme calificado de populista o caudillo latinoamericano en base a ideas preconcebidas alejadas de la realidad.
Ejemplo de europeidad
El colmo de la falsedad de acentúa unos renglones más abajo. El autor escribe lo siguiente: “Rodríguez Ibarra triunfaba con su promesa de modernidad. A finales de la década de 1980 empezó a sonar un grupo de rock de Plasencia llamado Extremoduro. Hacían un rock muy bronco, de inspiración punk, con cantos a la politicoxicomanía y a la desinhibición sexual”.(…) “Al barón Rodríguez Ibarra, allí donde otros pequeños neocaciques autonómicos se escandalizaban y se ponían cursis con soflamas belicosas contra todo lo que consideraban un delito de lesa patria chica, le dio por presumir de Extremoduro. Que una región tan rural y tan tradicional, venía a decir, haya sido capaz de engendrar algo tan urbano y moderno como Extremoduro era un orgullo para todos los extremeños. Un demostración de que habían dejado atrás la miseria y el estigma, un ejemplo de europeidad” (…) «Así era Rodríguez Ibarra, un artista de la demagogia, capaz de presentar una crítica como si fuera un mérito suyo”.
Acusaba a los jóvenes extremeños de mansedumbre por no oponerse radical y violentamente a la instalación que se pretendía de una refinería de hidrocarburos en Extremadura
No sé si en este caso miente por mentir o por desconocimiento culpable. Cualquier extremeño que haya leído lo que dice de ese conjunto y de mí, se habrá partido de la risa. La única referencia que he hecho en mi vida sobre ese grupo fue en 2008 (ya fuera de la Presidencia) en un artículo que se publicó en el diario Hoy, criticando a su líder que, en una entrevista en dicho diario, acusaba a los jóvenes extremeños de mansedumbre por no oponerse radical y violentamente a la instalación que se pretendía de una refinería de hidrocarburos en Extremadura. Lo sabe cualquiera en Extremadura. Jamás se me hubiera ocurrido presumir de quien, en una entrevista con El Mundo, dijo que “lo malo de una democracia es que todo el mundo puede votar”.
No sé que pasa por la cabeza de este tipo de listos que pasan un día por un sitio y son capaces de descubrir lo que los nativos de ese sitio no fueron capaces de percibir en 24 años. Debe pensar que los extremeños son unos incautos que no se dieron cuenta de que votaron seis veces a un populista que bebía del porrón de sus abuelos. Este señor, escribe de memoria y miente de lejos. Miente tanto que hasta dudo de que se llame Sergio del Molino.