JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA-EL MUNDO
UNA SESIÓN de investidura como la que se plantea la semana que viene podría triunfar o fracasar; como vimos ayer en política cada día es un mundo y cada negociación, un juego cambiante donde las líneas rojas se pueden convertir en semáforos verdes en cuestión de minutos. Pero, sin duda, marcará un hito en el parlamentarismo español por los niveles de tensión previa entre aquellos que ante todos se han venido considerando socios parlamentarios preferentes y potenciales colegas de Gobierno de coalición.
No le faltan razones a Pedro Sánchez para rechazar la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno. Para empezar, los escaños de Unidas Podemos no garantizan una mayoría suficiente para lograr la investidura. Y para continuar, aunque entre el PSOE e Unidas Podemos sí que existen suficientes líneas de coincidencia programática en el eje izquierda-derecha como para garantizar un Gobierno mínimamente estable, esas coincidencias se tornan en incompatibilidades cuando nos movemos al eje territorial. A lo que hay que añadir la nula confianza personal entre dos líderes, Sánchez-Iglesias, que llevan jugando al sometimiento del otro y su partido desde que tienen uso de razón política.
La única cuestión que ensombrece este análisis es: ¿y qué hay de nuevo en todo esto? El breve Gobierno de la moción de censura tampoco tenía mayoría en el eje ideológico, lo que le hizo apoyarse en el eje territorial para lograr los 180 votos y acceder al Ejecutivo, pero luego le llevó a capotar y caer en el lodazal independentista, forzando la convocatoria de las elecciones que nos han traído aquí. Iglesias, pero también Montero y toda la cúpula de Podemos, tienen idénticas creencias sobre los presos políticos, la Monarquía y el derecho de autodeterminación. Por tanto, hay que buscar la explicación en otro lado.
Desde la épica frase relativa a la sonrisa del destino hasta el no a la primera investidura de Sánchez para forzar el sorpasso del PSOE, el objetivo de Iglesias ha sido colocarse en el Gobierno para desde ahí controlar y eventualmente destruir al PSOE. El resultado ha sido el inverso, pues en lugar de al PSOE, Iglesias ha destruido a Podemos y purgado de sus filas a aquellos que habrían hecho más aceptable un Gobierno de coalición estable basado en la confianza. Con Iglesias en las últimas, Sánchez ha querido evitar devolver a la vida a un líder agotado y ha ofrecido a los votantes de Podemos una elección tan perversa como endiablada: la cabeza de Iglesias a cambio de entrar en el Gobierno. Que este haya aceptado no despeja el camino: cuidado, Pedro, con jugar a Juego de Tronos con Pablo