Kepa Aulestia-El Correo

El PSOE no puede soslayar su inevitableencuentro con Unidas Podemos, aunque tema haber caído en la trampa de Iglesias

La política partidaria se ha convertido en un campo propicio a la confrontación tacticista. Pero los juegos en que compiten PP, Ciudadanos y Vox son una broma si los comparamos con el pulso que mantienen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en su particular liza por liderar una porción creciente -o decreciente- de la izquierda. El único cambio de situación posible se produjo ayer. Pablo Iglesias optó por hacerse a un lado -que no atrás- para demostrar que las culpas no serán suyas si Pedro Sánchez se niega a impulsar un gobierno de coalición hacia su izquierda, frustrando su propia investidura. En el ámbito parlamentario, el candidato socialista no tiene otra salida que asegurarse el apoyo de los cuarenta y dos diputados de Unidas Podemos, para procurarse a partir de ahí otros votos a favor y, sobre todo, las abstenciones de los grupos independentistas. Sánchez no tiene más salida que aceptar favores y anuencias, al precio nominal que le fijen sus interlocutores, para salvar la doble investidura del 23 y 25 de julio. Siempre con la posibilidad de que el socialismo se disponga a afrontar nuevos desafíos, extendiendo el veto a Iglesias a cualquier persona que éste señale para incorporarse al gobierno de coalición. Porque la gran contradicción es que sea el vetado quien negocie la composición del próximo ‘Gobierno Sánchez’ y su programa.

El tiempo disponible reduce las posibilidades de acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos de cara a las sesiones de investidura de la próxima semana. Es prácticamente imposible cuadrar programas y nombramientos antes del jueves 25 de julio, después de casi tres meses sin avanzar un ápice al respecto. El cuento de las coincidencias de la anterior legislatura sirve para muy poco a estas alturas. A no ser que Unidas Podemos proceda en la segunda votación de la investidura a apoyar a Pedro Sánchez, ofreciéndole carta blanca para que él mismo se retrate, a la espera de una propuesta a posteriori de coalición. Es en este punto donde Pablo Iglesias podría llegar tarde ante la impasibilidad negociadora de Pedro Sánchez: sin margen para eludir la votación a favor de la investidura, e incapaz de extraer beneficio alguno de un voto que conceda la presidencia al secretario general del PSOE a cambio de un mero enunciado de propósitos. Un enésimo quiebro tacticista, a la espera de muy inciertos resultados.

Los partidos de la moción de censura contra Rajoy no lo tienen nada claro. Lo tienen mucho más claro los otros; PP, Ciudadanos y Vox. La competencia tacticista que protagonizan PSOE y Unidas Podemos pone a prueba la viabilidad de una alianza de izquierdas, después de que el veto impuesto por Sánchez a Iglesias impide siquiera que los socialistas añadan más condiciones para mantener bajo control su inercial escora hacia la izquierda. El PSOE de Sánchez no tiene ya excusas para soslayar el inevitable encuentro con Unidas Podemos, después de que el presidente en funciones señalara la requerida presencia de Iglesias en el Gobierno como única objeción para el acuerdo. Es lo que tiene el tacticismo. Cuando la pugna porque prevalezca el relato propio acaba desnortando eso que pudiéramos denominar estrategia política, todo se vuelve intrascendente. Y su relato está a punto de convertir al socialismo en una alternativa trivial, cuando teme haber caído en la trampa de Pablo Iglesias.