IÑAKI EZKERRA-EL CORREO
El hartazgo sin matices hacia lo político deriva en campañas poco inocentes
Asistimos a un prestigio supersticioso del hartazgo político. Alguien, en una cena, dice que está harto de la política e inmediatamente se siente refrendado. Siente como que queda bien mostrando ese cansancio indiscriminado, impreciso, vaporoso, hacia lo político que a uno siempre le ha parecido un tanto sospechoso. Sospechoso porque no se sabe si quien habla así está harto de un líder, de un partido o de toda la clase política; de Pedro Sánchez o de la oposición, de los populistas de izquierdas o de los de derechas, de los nacionalistas, de la repetición de elecciones o de la democracia misma. A menudo ese hartazgo viene de alguien a quien la política le importó siempre un huevo y nació ya cansado de ella, aunque ahora nos venda como novedosa su congénita hartura. A menudo quien así se expresa está cansadísimo de votar desde la época franquista; es decir, desde cuando no se votaba. Y a menudo, cuando le preguntas de qué está harto exactamente, te añade la coletilla de «prefiero no hablar». Prefieres no hablar, pero ya has hablado. Ya nos has soltado tu topicazo, tu kétchup ideológico sobre nuestros platos sin derecho a réplica.
Sintonizando con ese hartazgo sin matices ni riesgos, genérico, de lo político, ha surgido estos días una campaña contra el derroche de la propaganda electoral en papel que llega a nuestros domicilios. Con tan curioso celo para ocultar sus verdaderos nombres como insólita ligereza para hablar en el nuestro propio, hay quienes pretenden que los partidos renuncien al «insoportable buzoneo». Dan por hecho, sin molestarse en preguntárnoslo, que dicho buzoneo a todos nos parece insoportable y justifican su ocurrencia invocando una sarta de lugares tan comunes como cuestionables: el «dispendio económico», la «vileza de los políticos», el «hartazgo de la ciudadanía»… Como sucede con todos los mensajes de la demagogia populista, de la campaña ‘¡No en mi buzón!’ se dice que se ha hecho viral, lo que no deja de ser una redundancia. Es como decir que un virus se ha hecho vírico. Y, como en todas esas campañas de Twitter o Facebook, se dice de ella que se trata de una «rebelión popular», lo cual es una falacia porque en las redes sociales, por propia definición, las rebeliones son simulacros y el pueblo una suplantación virtual.
En una España crispada como la presente, en la que crecen los caciquismos locales que se olvidan de poner en las mesas electorales las papeletas de ciertos partidos, el ‘¡No en mi buzón!’ no es inocente. Trata de robarnos el único instrumento que puede garantizar la privacidad y la libertad del voto. Pero, más lejos de ese básico argumento, yo quiero gritar hoy con todas mis fuerzas: «¡Sí en mi buzón!». Y lo grito porque me encantan el papel, las ideas en papel y la fiesta democrática de las campañas electorales. Yo es que sólo estoy harto de los que dicen que están hartos.