Luis Ventoso-ABC
- Sánchez, 4 de julio: «Hemos vencido a la pandemia»
El pasado día 4, Sánchez ofreció un mitin en La Coruña para apoyar a su candidato a las elecciones gallegas. Allí acusó a la oposición de «utilizar el virus para acosar y derribar al Gobierno de España» y explicó a sus simpatizantes que el Ejecutivo estaba ya en una nueva fase, la de la reactivación económica, porque «hemos vencido a la pandemia» y el coronavirus «está controlado». Por último, animó a todas y todos a «salir a la calle» y «disfrutar de la nueva normalidad». Quince días después de sus alentadoras palabras, el Covid-19 rebrotaba por todo el país, sin que el Gobierno se diese por aludido. El Reino Unido ha impuesto la cuarentena a quienes retornen desde España, un
rejón para el turismo. Tomaron la decisión tras conocer la cifra española de contagios del viernes: 2.255 nuevos casos, frente a una media en junio de 132. Francia aconseja no viajar a Cataluña. La tasa de letalidad española por millón de habitantes sigue siendo peor que las de Brasil o Estados Unidos, epítomes del mal hacer (y eso a pesar de que para salvarle la cara a Sánchez nuestro Gobierno no contabiliza los muertos, que mantiene anclados en 28.432, cuando en realidad sobrepasan los 44.000).
El reto del virus de Wuhan era enorme y pilló a muchos gobernantes en la berza (ahí están las iniciales bravatas nacionalistas de Boris Johnson, el negacionismo tontolaba de Bolsonaro, los vaivenes de Trump o la incompetencia de la teocracia iraní). En España, el envite se agravaba porque recibimos millones de turistas foráneos y porque vivimos en la calle. Hoy, con la mirada desapegada que otorga la distancia, cabe distinguir tres fases de la actuación del Gobierno: 1.- La inopia; 2.- La propaganda y el autoritarismo; 3.- La inhibición. La fase de inopia llega hasta la segunda semana de marzo. Negándose a ver el evidente ejemplo italiano, y con un doctor Simón que a finales de febrero todavía descartaba contagios locales, el Gobierno no hacía casi nada. Hasta que el 14 de marzo, súbitamente, comienza con el «estado de alarma» la fase de la propaganda y el autoritarismo. Sánchez y los suyos copan la televisión, con un rodillo de propaganda insólito fuera de los sistemas autoritarios. Toman las riendas de todo, intentan restringir hasta la libertad de prensa y encierran a cal y canto a la población. Pero no hay test, ni material para proteger a los sanitarios. Las compras gubernativas resultan tardías y chapuceras. La mortalidad se dispara. El sistema de salud se satura. España se convierte en el país con mayor porcentaje de sanitarios contagiados (el progresista «The New York Times» los apoda «los kamikazes»). Pero a finales de junio, Sánchez proclama muy sonriente que ya «hemos derrotado» al virus y hemos arribado a la tierra prometida de la «nueva normalidad». Así que el Gobierno se echa a un lado, traslada la patata caliente a las comunidades y Simón, el sabio imprescindible e insomne, se pira de vacaciones surferas. Sin pautas comunes para todo el país, y fiándolo todo al civismo de un pueblo que tampoco es demasiado cívico -el botellón y el cachondeo retornaron de inmediato-, el virus rebrota con fuerza.
Si esto es un éxito de gestión cuesta imaginar un fracaso…