Miquel Giménez-Vozpópuli
- Sin pretender ser médium, estoy seguro de que diría algo parecido a esto
“Españoles: me cuentan que el gobierno pretende exhumar mis restos mortales del Valle de los Caídos. Ni me sorprende ni me enfada. Siempre me preocupó más lo que cada uno debe hacer en vida que lo que los demás hagan con nosotros tras nuestra muerte. Allá cada quién con su conciencia, aunque me pregunto que si esta ley de la memoria democrática busca reivindicar a las víctimas de aquella barbarie llamada guerra civil ¿por qué no se me considera a mí una de ellas? No lo digo por mérito propio, que nunca lo busqué ni alenté a nadie para que se me concediera.
Si saco el tema es porque a mi se me fusiló tras un juicio que fue una farsa, como a tantos otros caídos bajo las balas republicanas. Eso, los que tuvieron juicio, que la mayoría fueron asesinados al pie de una tapia. Pero se conoce que yo no puedo ostentar el timbre de víctima porque fui fundador de Falange.
Bien sé que en el bando nacional se cometieron excesos, brutalidades y crímenes. Pero no lo es menos que los del lado rojo nada tenían que envidiarles. Porque si existe un escenario en el que lo peor del ser humano sale a la luz es una contienda entre hermanos. España ha sido sembrada de odio durante siglos, odio azuzado por la terrible injusticia social, por la falta absoluta de patriotismo, que obliga a todos a ceder en aras de la patria, que equivale a decir al bien común.
Quizá a alguno le sorprenda que hable de injusticia. Será porque no conoce mi pensamiento, reflejado en tantas y tantas páginas, en tantos discursos, en tantas intervenciones públicas y parlamentarias. Deben ser personas como los que, me dice el escribidor, se permitieron afirmar en TVE que Millán Astray fue el fundador de la Falange. Dios mío, qué atrevida es la ignorancia y cuánto peligro encierra si preside la nación.
Habrá quien piense que tengo la culpa de todo lo que pasó a lo largo de la dictadura del general Franco, ignorante de que yo poco podía decir o hacer porque estaba muerto. No es tampoco descartable que muchos de quienes defendieron mi ideario se escondan ahora bajo ropajes de falso progresismo. En momentos en los que la traición menudea debo reconocer a Julio Anguita, nada sospechoso de falangismo, su hombría de bien al reivindicar el ideario falangista como defensor de los derechos de los trabajadores, ese Anguita que llegó a afirmar en una conferencia que entre votar a un comunista corrupto o a un hombre de extrema derecha honesto, el votaría siempre al honesto.
Dios mío, qué atrevida es la ignorancia y cuánto peligro encierra si preside la nación.
Yo os pido que no malgastéis fuerzas en reivindicar si he de reposar aquí o allá. Es baladí cuando hay otros envites mucho más graves. Mirad como el poder adquisitivo de las clases populares se ha ido devaluando hasta extremos insostenibles. Visitad las colas del hambre, siempre frente a parroquias y nunca delante de las sedes de esos partidos que dicen estar del lado de los más desfavorecidos socialmente. Y luchad por la justicia social, que sin ella no puede existir libertad ni progreso, porque con el estómago vacío se piensa mal y de manera peligrosa. No permitáis que quienes viven del rencor y la ignorancia se adueñen de todo, porque de una dictadura como la franquista se sale, y a las pruebas me remito, pero de una comunista es mucho más difícil existiendo numerosos ejemplos de lo que digo.
Mi ideal sería ver a los españoles unidos en discrepancia, hermanados en sus diferencias, fraternalmente entusiasmados en levantar a esta vieja nación que un día fue imperio y ahora es… casi nada. Sé que cometí muchos errores y he pagado por ello con mi vida. Pero ahora deberíais dejarme en paz y centraros en lo realmente importante, España. Si os empecináis en vivir mirando al pasado no podréis ver lo que os espera en el futuro, y eso es precisamente lo que pretenden aquellos que desean perderos.
Nada más. «¡Arriba España!”
(Nota del transcribidor: Si esto mismo lo hubiera hecho con la Pasionaria, Carrillo o Stalin y hubiera terminado con un ¡Viva la URSS! nadie se ofendería. Habrá que preguntarse la razón).