ESTEFANIA MOLINA-El Confidencial
  • La estrategia de Vox de diezmar al PP, junto a la triple división del espacio de la derecha, era hasta ahora la razón por la que Casado no lograría en años hacerse con la Moncloa

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La estrategia de Vode diezmar al Partido Popular, junto a la triple división del espacio de la derecha, era hasta ahora la principal razón por la que Pablo Casado no lograría en muchos años hacerse con la presidencia del Gobierno. Los votos se perdían en el reparto a tres, y la lucha fratricida lastimaba a ambos. Pero ¿y si esa teoría hubiese dejado de funcionar? Es decir, que Vox hubiese decidido ensancharse por otro flanco electoral, más allá de la derecha. El partido de Santiago Abascal, lanzándose a por un votante al que el PP no llega, mediante su giro lepenista-obrerista. Casado, a por el caladero del centroderecha, sumado al desplome previsible de Ciudadanos.

No tiene por qué funcionar, pero quizás ese brujuleo explique los últimos movimientos de Vox en el tablero político, moción de censura mediante. Según publicaba el periodista Álvaro Carvajal hace unas semanas, Vox habría asumido que ha rascado del PP todos los votos que podía. Es decir, que tras el ciclo electoral de 2019 quedó cerrada la fuga de votos que le llegaba de los populares. De ese modo, Abascal se lanzaría ahora a ocupar el flanco del malestar socioeconómico. Bien el voto molesto con la coalición de izquierdas, el nihilista, o bien el que tampoco ve una alternativa en el PP. Las dos derechas, pues, vistas como aliadas y no solo como competidoras.

De ese modo, la moción anunciada esta semana solo supondría una pieza más de la estrategia que Abascal desplegará en septiembre. Junto a la sesión en el Congreso, por esas fechas vendrá la presentación del nuevo sindicato de trabajadores promovido por el partido. Será en septiembre, el mes donde arreciará la crisis económica, después de que en el segundo trimestre de 2020 se feche el desplome del PIB en un 18’5% y un millón de hogares sin ingresos. El mismo día 30 será también cuando acabe la prórroga de los ERTE, aunque el Gobierno podría prorrogarlos por decreto, nuevamente.

Así las cosas, Vox se quedará solo en el Congreso portando la bandera del partido ‘outsider’, del partido-protesta, después de que el PP haya decidido desmarcarse de la moción de censura. Pedro Sánchez se apunta un tanto frente a la opinión pública con la negativa de Casado: esto es un ‘show’ el gobierno no merece ser censurado. Ahora bien, quizás el mejor escenario para Sánchez hubiese sido que el PP secundara la acción ‘voxita’. Eso le habría permitido mantener a los populares escorados y alejados de la moderación. Sucede que un problema para Sánchez sería que Casado parezca presidenciable a ojos del votante moderado.

Por ese motivo, el rechazo del PP marca un hito en la estrategia errante de Génova frente a sus adversarios. Los populares dejan de legitimar por el momento las acciones de Vox, obedeciendo al ‘consejo gallego’. Esto es, la victoria de Alberto Núñez Feijóo en Galicia, en su estrategia de línea roja con Abascal. Feijóo avisó en el pasado conclave de barones populares sobre dejar pasar las «modas» para no alentar al «populismo». De hecho, es la segunda vez que el PP encapsula una iniciativa de Abascal, como ocurrió con la caravana electoral de los ‘voxitas’ durante la pandemia. Esta no logró el revuelo esperado porque los populares no se sumaron a ella.

Sin embargo, existe un riesgo para el Gobierno de coalición en que Vox logre su objetivo de ser visto como un partido-protesta, saliéndose del marco de la ‘ultraderecha’. De un lado, es la peor pesadilla de Unidas Podemos, que ha perdido todo el discurso de la ‘gente’ con que en 2015 buscó atraer a las capas precarizadas. Del otro, está la desmovilización de la izquierda. Sánchez ha advertido de una larga legislatura a sus rivales y queda mucho partido por delante ante la reestructuración económica. Sin embargo, si las izquierdas se desmovilizan y cae la participación en unos comicios, la derecha podría quedar sobrerrepresentada en muchos territorios.

Por otra parte, sería estéril que Vox confiara en la posibilidad de ‘sorpasar’ al PP a estas alturas. El escenario económico ha dado un vuelco de la magnitud de devolver al bipartidismo una inusitada credibilidad entre los ciudadanos. Las encuestas revelan la querencia de los españoles por PP y PSOE, frente a un menoscabo de Vox y Podemos. Por mucho golpe de efecto con una moción para retratar al PP, en medio de una pandemia y una crisis a las puertas, el votante no quiere experimentos adanistas, sino partidos de gestión. Además, las autonomías populares se han visibilizado en todo momento durante la emergencia del covid-19. Por ahí tampoco pudieron sacar pecho desde Vox.

A fin de cuentas, el brujuleo de Abascal es en parte una oportunidad para Pablo Casado. Macarena Olona deslizó que el candidato a presidente no tenía por qué ser del partido, lo que supone una oportunidad perdida para el liderazgo de Abascal. Además, los ciudadanos podrían apreciar cierta ‘performance’ en la sesión. Vox al final acabará convirtiendo a Casado en el hombre de Estado que su débil liderazgo le impide ser. Y quizás sea ese el principio de la debacle de los ‘voxitas’, como en su momento le ocurrió a Podemos. El bipartidismo tiene una mala salud de hierro: una sede en cada pueblo de España, el PP, y 140 años de historia, el PSOE. El ‘quid pro quo’ de lo viejo frente a lo nuevo.