Relegada en el reparto de sillas de Sevilla, la líder madrileña es pieza clave en la estrategia de Feijóo para frenar la expansión de Vox
No resulta fácil aterrizar en una pista erizada de obstáculos, en plena turbulencia y cosechar una ovación. Sólo los pilotos muy experimentados lo logran. Feijóo lo consiguió en Sevilla. El 98% de los compromisarios allí convocados le dieron su apoyo, incluso con pasión. Al menos el 70% de los militantes y simpatizantes, según la demoscopia, lo ha recibido con fervor. Ya ha conseguido lo difícil. Ahora toca lo importante. A saber: armar una estructura de partido, construir una alternativa de Gobierno y presentar un proyecto de nación. No basta con evitar los errores en los que incurrió Pablo Casado. Es necesario redondear algunos aciertos.
Las intervenciones del nuevo presidente del PP en el cónclave sevillano apenas despejaron dudas o confirmaron certezas. ¿Y qué esperaban?, dicen los veteranos del lugar. Feijóo es Feijóo, es decir, una niebla envuelta en una bruma. «Hace un día espléndido, con esta neblina apenas se distingue Génova», comentaba jocosa y recientemente desde el Náutico de Sanxenxo. Eran los días convulsos previos a la salida de Casado, cuando la sede del PP recordaba al salvaje exorcismo del último acto de El Ángel de Fuego.
El relevo, por tanto, bien, pero sin cuajo, como una de esas faenas fallidas de Manzanares que dejan insatisfecho al tendido. Demasiado ordenancista, administrativo, funcionarial, gris, átono y un punto gélido. Nada extraño en un político cuyas mayores virtudes son la ponderación, la experiencia, la sensatez, la prudencia, la mesura y el no alzar la voz más de lo necesario. Su prioridad es acabar con el desbarajuste del sanchismo, finiquitar el actual desgobierno y salvar a España de la quiebra. Esos fueron los únicos referentes de sus mensajes. Pragmatismo económico y pulcritud en la gestión. Es decir, lo que ha caracterizado su trayectoria de cuatro mayorías absolutas en Galicia. «Él no da la batalla cultural, da la batalla de las urnas, y la gana», resume su gente.
Su prioridad es acabar con el desbarajuste del sanchismo, acabar con el actual desgobierno y salvar a España de la quiebra. Pragmatismo económico y pulcritud en la gestión
Surgen los peros. No es lo mismo pelear solo en Galicia que en España ni son tiempos para practicar el retromarianismo, arrinconar la ideología y abrazarse a los libros de contabilidad. A la retórica del nuevo presidente de la derecha los ingredientes fundamentales para que su edificio adquiera consistencia. Enmendar la catástrofe económica no basta en un país gobernado por una coalición de ultraizquierda, ajena a cuanto rula en Europa y empeñada en provocar un estropicio. Es necesario apuntalar y reforzar la estructura territorial, el Estado de Derecho, la osamenta de la Justicia, del orden constitucional, los acuerdos de la Transición, el vértice de la Corona y todo aquello que el sanchismo ha dinamitado. «Empezad fríamente, pero seguid con ardor» aconsejaba Bías de Priene, uno de los siete sabios de Grecia. Una sugerencia que quizás el impasible Feijóo parece haber adoptado.
Su primer test como líder popular será este jueves en Moncloa, cuando se encuentre con el presidente del Gobierno un día después de acudir a la Zarzuela. Pactar con Sánchez es como regatear con el vendebiblias de El libro de Arena, de JLB, un empeño diabólico. Casado cayó en la trampa y entregó el Tribunal Constitucional y el de Cuentas. Feijóo va advertido y no soltará fácilmente el CGPJ. Ahí se medirá la consistencia y solidez de su liderazgo de la derecha.
Algunas encuestas hablan ya de que, en unas elecciones generales, habría ahora 100 escaños para Vox y 80 para PP. El sorpasso camino de la mayoría absoluta de la derecha
El otro frente para el mesurado gallego es Vox, formación a la que cerró las puertas en su tierra y a la que ahora deberá seducir e ignorar simultáneamente. Feijóo necesita recuperar por el centro el espacio de Ciudadanos y no puede ceder por su derecha más hueco del que ya ha arañado Vox. Lo primero es más sencillo, es la línea de la casa. Lo de Vox no tanto. La fuerza de Abascal crece, y se aventura un salto enorme en la cita electoral andaluza. ¿Cómo frenar su carrera? En Génova se responde con soltura: «Bueno, para eso está Ayuso».
La presidenta madrileña, algo menospreciada en el reparto de sillas de Sevilla, está llamada a ejercer de muro de contención del expansionismo de Vox, un empuje imparable Algunas encuestas hablan de que, en unas elecciones generales, habría ahora cien escaños para Vox y 80 para PP. El sorpasso. La melodiosa musiquilla, centrista y federal, de Feijóo, no se antoja la más adecuada para seducir al votante de Abascal. No le den vals al que quiere reguetón. De modo que ensayan el factor Ayuso, su último refugio. A la líder madrileña le permiten que celebre su maldito congreso en mayo y así, ya presidenta regional de su partido, se convertirá en el brioso estandarte para sujetar el voto por la derecha. Este viernes en Vitoria empieza la función.