Consuelo Ordóñez-El Correo
Desde que el 11 de mayo el etarra preso Francisco Ruiz Romero se puso en huelga de hambre para exigir su excarcelación, varias localidades del País Vasco y Navarra están sufriendo un repunte de violencia callejera. Pintadas en las sedes de partidos políticos, acoso a sus dirigentes, disturbios, quema de cajeros y contenedores, así como centenares de personas exigiendo todos los días la excarcelación de los etarras presos han sido una constante estas últimas semanas. Detrás de la realización de este tipo de actos está ATA (Amnistia Ta Askatasuna), las siglas que aglutinan la amalgama de organizaciones de la disidencia de ETA, supuestamente enfrentada con la izquierda abertzale de EH Bildu, a la que acusan de traidora.
La izquierda abertzale que lidera Otegi, lejos de condenar las tácticas mafiosas que utilizan sus díscolos para que se ceda a sus chantajes -las que ellos abanderaban hasta hace menos de diez años-, exhibe su infinito cinismo y se queja de que los ataques forman parte de una estrategia para debilitarles, atreviéndose incluso a ofenderse y a presentarse como víctimas de todo esto. «¿Alguien piensa que me parece bien que llamen asesina a Idoia Mendia? ¿Alguien piensa que nosotros estamos detrás de esto? No», ha polemizado Otegi con su habitual chulería y descaro.
A la izquierda abertzale la violencia le parece bien o mal en función de si le sirve para sus objetivos políticos. Su postura no es moral, es táctica. Pueden decir ahora que la violencia les parece mal, pero eso no significa que hayan llegado a esa conclusión por una reconversión moral. Lo que quieren decir, sencillamente, es que les viene mal. Y les viene mal porque, a las puertas de las elecciones autonómicas vascas, han visto cómo su estrategia de zafarse de su pasado terrorista sin condenarlo se ha desmoronado.
«Sortu culpable», han pintarrajeado los díscolos en algunas herriko tabernas. Los matones creen que Sortu es culpable de no haber logrado la excarcelación de los etarras presos. Pero de lo único de lo que es culpable Sortu es de haber fomentado una radicalización violenta permanente en un sector de las sociedades vasca y navarra, mediante un clima social que favorecía la intimidación a los disidentes, la violencia de persecución y las actividades de apoyo a los terroristas. Actuaron -y actúan- como auténticos policías del pensamiento para someter y domesticar a los ciudadanos que no pensamos como ellos.
Todavía hoy alimentan esta radicalización cuando se refieren a los asesinos de nuestros familiares como «presos políticos» o cada vez que organizan manifestaciones multitudinarias exigiendo la excarcelación de los etarras. ¿Acaso vemos en Francia a miles de personas en las calles reclamando la amnistía de terroristas yihadistas? No las vemos ni en nuestro país. Las víctimas nunca nos acostumbraremos a estas provocaciones de Otegi y los suyos.
La responsabilidad de la izquierda abertzale en la creación y propagación de un discurso de odio, dogmático y excluyente, que permeabilizó las mentes y el lenguaje de la sociedad vasca y navarra, es máxima. Extendieron el odio para estigmatizar a sus víctimas potenciales, antes y después de asesinarlas, para deshumanizarlas ante la mirada impasible de muchos de sus vecinos. Generaron consciente y calculadamente una extraordinaria red de gente fanatizada para captar a nuevos terroristas en ETA y lograr sus objetivos políticos.
Mientras no se desmarquen de su pasado terrorista y asuman públicamente que el monstruo de la violencia es responsabilidad suya, únicamente suya, serán siervos de cada rebrote de violencia que protagonicen sus díscolos. Estarán condenados a moverse en ese doble juego de apartarse sin condenar, en esa ambigüedad tan tóxica y tan poco democrática. Los díscolos de ATA son, en realidad, sus criaturas.
La izquierda abertzale es la principal culpable de estos episodios de violencia, pero hay más. Las instituciones públicas han perdido unos años clave para frenar la capacidad de movilización y adoctrinamiento de la disidencia etarra. Los esfuerzos de prevención de radicalización en nuestro país, incluido el Plan Nacional de Prevención, se han centrado en el yihadismo y han ignorado el principal foco de radicalización que teníamos y tenemos en España, que es el ultranacionalismo vasco existente en el País Vasco y en Navarra.
Nuestros gobiernos han legitimado el teatro de Cambó de mayo de 2018 como la prueba irrefutable de que ETA está disuelta y por tanto la violencia no volverá. Pero ahora que la disidencia ha despertado y hemos comprobado que está más organizada y tiene más seguidores de lo que esperábamos, ya es tarde para prevenir. Ahora toca desradicalizar las mentes fanáticas. Solo así podremos garantizarnos un futuro libre de violencia. Esta es la verdadera cuestión sensible para normalizar la democracia y la convivencia en el País Vasco y Navarra. Escribió el poeta británico Stephen Spender que el futuro es una bomba de relojería que hace tic-tac en el presente. Espero que escuchemos el tic-tac a tiempo.