Sigue y no sigue

EL CORREO 29/07/13
MAITE PAGAZAURTUNDÚA

El lehendakari es un hombre prosaico. La vida sigue, dicen que dijo, aunque ahora no lo parezca. Sirve la frase para cualquier grave tragedia ajena e incluso, si se apura, cercana. Para la tragedia propia no, porque la vida, cada vida, sigue sólo mientras sigue. El presidente del Gobierno es, como el lehendakari, un hombre también de temple coriáceo, pero afectado en las descargas emocionales más profundas de su identidad local sufrió un acceso de subjetividad y dijo que «para un santiagués como yo, éste es el día del Apóstol más triste de mi vida». Y entre el ello del lehendakari y el yo del presidente parecía escaparse la perspectiva profunda del duelo de las víctimas directas, que tal vez se encuentre en un nosotros que no será un verdadero nosotros hasta que desaparezcan las cámaras y espere el paso inseguro de los que se van quedando atrás con su duelo difícil.
No sabemos por qué el tren que debía entrar en Santiago de Compostela el pasado miércoles encaró una curva a ciento noventa kilómetros por hora en una zona de desaceleración. No siguió la vida para casi ochenta seres humanos, niños, ancianos, conocidos y anónimos. Dicen –y los medios de comunicación lo recogen puntualmente– que un accidente así no puede llegar a ocurrir por un solo motivo. Ya. Pero no consuela. Cuesta esperar el resultado de los informes, el análisis de la caja negra y la acción de la justicia. Sí. Porque espanta pensar que un error banal o el exceso de confianza del conductor se pueda sumar al fallo o la inexistencia de sistemas de seguridad y de frenado automático. Dicen que dijo el conductor del tren Alvia 730 bajo estado de shock que somos humanos, que descarriló, que qué le iba a hacer.
El maestro Manuel Alcántara, desde sus más de cincuenta años de profesión, dejó escrito en este diario hace muy pocos días que la tragedia existe, pero que no hay que darle facilidades y que no se puede calificar de errores humanos a los que se cometen inhumanamente. Citó, de hecho, a un famoso dramaturgo noruego, Henrik Ibsen, para subrayar la percepción de que la barca del mundo se hundirá por el peso de los imbéciles. Es una provocadora forma de expresar la banalidad y la desfachatez con la que se encaran los resultados de acciones irreparables.
Se dice que no dejarán solas a las víctimas y sus familias. Hay frases rotundas y poéticas que las carga el diablo, porque se corre el riesgo de no estar a la altura de las circunstancias de tantas personas heridas física o emocionalmente, y hasta de generar un roto más en el alma de los afectados. Y de que se sepa.