IGNACIO CAMACHO, ABC 08/10/13
· Pujol senior nunca habría organizado un acto de gamberrismo; un caballero puede cambiar de principios pero no de modales.
EL problema de la degradación moral es que termina afectando a la buena educación. Según la célebre escala irónica de Quincey, si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia al robar y de ahí se pasa a la bebida, a faltar a misa los domingos y a dejar las cosas para el día siguiente. Lo más desagradable de los corruptos suele ser su falta de urbanidad, el lenguaje atrabiliario y jactancioso, la indelicadeza de sus maneras; obsesionados por acumular dinero se olvidan de la cortesía y tienen a comportarse como verdaderos patanes.
De Jordi Pujol junior, por ejemplo, conocíamos su costumbre de transportar bolsas de dinero negro y sus manejos de conseguidor hijo de papá, pero eso son cosas que importan a la Fiscalía y a la Agencia Tributaria. Lo malo es que también se ha revelado como un gamberro, un zafio alborotador que compraba y repartía millares de silbatos para que las groseras huestes independentistas le pitasen al Rey en la final de Copa. Eso nunca lo habría hecho su señor padre, un hombre caballeroso que puede cambiar de principios pero no de modales. Aunque Pujol senior se haya hecho separatista a la vejez, no se le pasaría por la cabeza dar un espectáculo de mala crianza. Su proyecto consiste en irse de España pero cuesta trabajo imaginarle dando un portazo al salir.
Las nuevas generaciones, ya se sabe, han salido más desahogadas, insolentes y de una frescura desatenta y algo procaz. La familiaridad con el poder deviene en un hábito de impunidad desordenada y de malversar (presuntamente) caudales públicos se pasa a dilapidar los privados en fines poco honorables. A base de ser descuidado con las cosas de la ley y de apalear millones sin control, el joven Pujol se ha acostumbrado a las conductas desconsideradas, tales como tratar con rudeza a su novia o ufanarse de organizar masivos abucheos a las autoridades. Es el camino irreversible que conduce a la pérdida de los valores formales y desemboca en el hábito de empujar por la acera a las ancianas y no ceder el asiento a las embarazadas.
En manos de tipos así, pijos de buenas raíces y malas ramas, la eventual independencia se va a convertir en un cortijo de niñatos de clase alta. Adiós al seny catalán, a los valores fiables de una burguesía que siempre tuvo buenas razones para considerarse refinada. Años atrás vimos a los ca
misas grises de Esquerra tunearse los coches oficiales como paletos desclasados, y ahora son los cachorros convergentes quienes blasonan de revoltosos patateros y agitadores de barraca. El nacionalismo ha quedado a merced de una pléyade de vástagos oportunistas, la clásica casta ventajista de todo régimen, caciquillos de nuevo formato que se jactan de comportarse con vulgaridad chabacana. Esa Cataluña elegante y elitista que ahora coquetea con la secesión debería darse cuenta de que una cosa es la soberanía y otra el gamberrismo.
IGNACIO CAMACHO, ABC 08/10/13