JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR / Historiador, especialista en el mundo árabe, EL CORREO – 11/08/14
· La dimisión de la secretaria de Estado británica de Asuntos Exteriores, la baronesa Sayeeda Warsi, es una de las pocas noticias que han roto el despiadado silencio que rodea la crisis de Gaza en el escenario diplomático mundial. Evidentemente, a esta destacada política británica le influye el ser origen paquistaní. Sin embargo otros miembros del Gobierno británico también se han mostrado críticos con lo que está sucediendo en Gaza, empezando por el propio ministro de Exteriores, Philip Hammond, así como Ken Clarke, William Hague y Dominc Grieve. Los tres últimos perdieron sus puestos en una reciente remodelación ministerial. Puede que eso haya predispuesto a Warsi a dimitir, al verse cada vez mas aislada.
Los motivos de la baronesa Warsi están muy claros. Lo que no está tan claro son los motivos del primer ministro Cameron para adoptar y mantener contra viento y marea una política completamente proisraelí. Sin embargo el enigma se resuelve si miramos no hacia el este, hacia Tel Aviv, sino hacia el oeste, hacia Washington.
Gran Bretaña fue una gran potencia. Luego dejo de serlo. Otros pueblos han sabido afrontar este mal trago y seguir adelante. Los británicos también, ¡pero su elite dirigente no! Y ese factor distorsionador explica muchos fenómenos extraños de la política británica, interior y exterior. Para mantener alguna influencia en los asuntos mundiales, los británicos decidieron buscar una alianza lo más estrecha posible con Estados Unidos. Ahora bien, esta ‘special relationship’ entre las dos potencias anglosajonas, supuso en realidad una subordinación y satelización de Gran Bretaña. Como los intereses comunes eran predominantes, los aspectos más degradantes de esta alianza desigual pasaron desapercibidos. Ahora bien, tras la caída del bloque soviético, la ‘special relationship’ obligó a los británicos a malgastar recursos y prestigio en una serie de conflictos que no les interesaban para nada.
La ‘special relationship’ se mantuvo en parte por inercia y en parte porque las coincidencias de intereses y percepciones seguían siendo grandes, como por ejemplo cuando Sadam Hussein invadió Kuwait. Sin embargo, las tensiones han ido creciendo. Cuando Estados Unidos invadió Irak en 2003, los miembros de la Administración Bush repetían con frecuencia que la misión creaba la coalición, que Estados Unidos no se vincularía con ninguna alianza permanente que restringiese su libertad de acción –a la porra con la OTAN– sino que dictaría unilateralmente la agenda de cada crisis; que sus eventuales aliados deberían aceptar. El problema es que Gran Bretaña no gozaba de la misma libertad de acción. Estaba atada a EE UU. Al final, esto tenía que reventar por algún lado y reventó cuando el parlamento británico se negó a autorizar la intervención en Siria.
Pese al rechazo parlamentario, Cameron se aferra todavía a la alianza tradicional. Al fin y al cabo, si Gran Bretaña rompe su relación especial con Estados Unidos y a la vez se margina a sí misma de la Unión Europea, como parece cada vez mas probable, ¿qué le queda? ¿Ser la tortuga encerrada en su concha? Inviable. Por lo tanto, como Estados Unidos apoya ciegamente a Israel, Gran Bretaña debe hacer lo mismo.
La magnitud de la influencia israelí sobre Estados Unidos es mayor de lo que muchos sospechan. Obama no es proisraelí, pero se ve incapaz de oponerse a Israel. Cualquiera que se atreva a cuestionar a Israel es aplastado bajo una avalancha de insultos, represalias y difamaciones, como acaban de comprobar a su costa Penélope Cruz y Javier Bardem. La Unión Europea no va a oponerse a Estados Unidos por defender Gaza. Otros países –de Iberoamérica, Lejano Oriente– están demasiado lejos o no les importa. Pero lo que llama la atención es la pasividad y el silencio de casi todos los países islámicos.
Siria e Irak tienen sus propios problemas, pero es que además están vengándose del apoyo dado por Hamas a los rebeldes sirios al inicio de la rebelión. Irán, lo mismo, aunque eso no le ha impedido convocar demagógicamente manifestaciones por Gaza. Libia es un caos. Arabia Saudí rompió con Hamas hace tiempo, cuando esta organización se negó a ser un títere saudí. Egipto esta en manos de usurpadores militares que consideran a Hamas como fiel aliado de la Hermandad Musulmana egipcia. Pakistán, donde la furia islámica incendia las calles ante cualquier ofensa real o imaginaria, no se ha movido. Su islamismo ultramilitante no es mas que la excusa para desahogar tensiones internas. Marruecos, Argelia y Túnez mantienen un silencio estruendoso. Únicamente Turquía y Qatar han dado pasos concretos para ayudar a Gaza, mas allá de gestiones diplomáticas o huecas declaraciones de buena voluntad, aunque sin resultados prácticos.
El mensaje es estremecedor: si la coyuntura diplomática te es favorable, puedes cometer cualquier brutalidad sin miedo a las consecuencias. Claro que también ayuda mucho tener un enemigo impresentable e irresponsable como Hamas. Se le pueden hacer duras críticas a Mahmud Abbas, el líder de los palestinos en Cisjordiana, pero él no se pasa la vida empezando peleas que no puede ganar, colocando a su propio pueblo como sacrificable carne de cañón. Por lo tanto los israelíes nunca podrían darle a Cisjordania el mismo trato que a Gaza.
Los gobiernos tienen su ‘realpolitik’ maquiavélica, pero los pueblos tiene su propia opinión. Hamas no cosechará los frutos que espera, pero Israel debería temer el momento inevitable en el que las multitudes obliguen a los gobiernos a cambiar su política.
JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR / Historiador, especialista en el mundo árabe, EL CORREO – 11/08/14