Cristian Campos-El Español
Andan los papas del Vaticano malasañero agarrándose al abandono de Simone Biles para hacer campaña por su nueva causa apocalíptica de moda, esa salud mental que ellos banalizan metiendo en el mismo saco ansiedades, fobias, trastornos psicóticos, adicciones, estrés competitivo y cualquier malestar vital que crean padecer cuando el camarero se demora unos segundos de más en servirles su latte machiatto.
[Pero no el suicidio o el fracaso escolar, cuyas reveladoras estadísticas no encajan en sus prejuicios].
Pilar Rodríguez Losantos lo ha definido en su cuenta de Twitter como «romantización del abandono de responsabilidades» y es difícil definir en menos palabras a esa izquierda que disfraza de ideología su incapacidad para gestionar las obligaciones de la vida adulta. Entre ellas, la de encajar en la realidad en vez de exigir que la realidad encaje en ti, que es un imperativo ético a partir de los doce años.
Cree esa izquierda dirigir el debate público y generar marco con sus causas distorsionadas cuando lo único que hace es quemar ocurrencias de corto recorrido en ese incinerador de saldos ideológicos que son las redes sociales. Convertida en una máquina de encarroñar causas, pasa de lo trans al consumo de carne y de ahí a las apuestas, Cuba, la homofobia, el cambio climático o la salud mental a la misma velocidad con la que un adolescente cambia las pegatinas de su móvil.
Porque eso son esas causas para Podemos, Más Madrid, ERC, Compromís y EH Bildu: pegatinas. Selfies morales en los que lo de menos es el enfermo mental, el trabajador, el clima, la víctima de violencia o el inmigrante.
Lo llaman conciencia social, pero es puro ombliguismo. Porque lo importante ahí es cómo se siente el monseñor de turno abriéndose la gabardina ideológica y enseñándole a todo el mundo su microsuperioridad moral. «Mirad, mirad qué bueno soy, cuánta pena me da Simone Biles y cuánta admiración me genera su abandono. Admirad mi santidad».
Lo que están diciendo, en realidad, es cuánto se parecen ellos a Simone Biles. Pero como no se pueden comparar a ella en sus logros, se comparan en sus fracasos. ¿Cómo no van a admirar a Biles si creen que la americana, con su abandono de la competición, ha justificado todas sus derrotas?
Ellos serían felices en un mundo en el que todos abandonaran a la primera de cambio porque eso justificaría su filosofía vital, que es la de no mover un solo dedo, pero quejarse como si el peso del planeta descansara sobre sus hombros y fueran víctimas de una injusticia ancestral, heredada y, por supuesto, capitalista.
Si alguien como Simone Biles, siendo «la mejor del mundo» en lo suyo (lo saben porque lo han visto en un vídeo de TikTok), ha abandonado por la presión, ¿cómo no van a abandonar ellos? Se olvidan, claro, de los pasos previos de Biles. Es decir, los de machacarse el cuerpo y el alma para ser la mejor del mundo en una de las disciplinas deportivas más competitivas que existen.
Esa fase del proceso han decidido obviarla. Demasiado trabajo, demasiado cansancio, demasiada rutina. Ellos prefieren pasar directamente a la casilla de la derrota sin pasar antes por la del éxito. Para ir ahorrando tiempo.
Obvian, en fin, que la derrota de Biles (hoy la americana ya es sólo la segunda mejor del mundo) lo es únicamente en comparación con su pasado inmediato de éxito tiránico frente a sus rivales. Pero el suyo, el fracaso vital de quien no ha producido nada útil o admirable en toda su vida, lo es en términos absolutos.
Creen que el fracaso de Biles redime el suyo, cuando sólo lo convierte en algo aún más vergonzoso.
¿Pero con quién han empatado estos santurrones de meñique levantado para comparar su fracaso con el abandono de una de las mejores gimnastas de la historia? ¿Con qué se están identificando, en concreto, cuando le dan las gracias a Simone Biles por «darle visibilidad» a su problema?
¿Qué problema? ¿El de amanecer derrotado cada día cuando a tus 30 años de vida no has cotizado todavía media hora en la Seguridad Social? ¿Están comparando el estrés de competición que supone enfrentarse a Líliya Ajaímova, Viktóriya Listunova, Anguelina Mélnikova y Vladislava Urazova con la ansiedad que les provoca a ellos su competición diaria con el despertador?
De nuevo, en palabras de Pilar Rodríguez Losantos: «La presión desaparece con la tolerancia al fracaso. Se puede perder y se pueden cometer errores. Y también levantarse y asumir responsabilidades. Colapsar por intolerancia a perder el éxito no es una conquista social. Es un problema y hay que solventarlo».
Podemos es un partido que apenas ha quedado ya para los loles, pero los buenos resultados de Más Madrid en las recientes elecciones autonómicas madrileñas abrieron una ventana de esperanza para aquellos que ansían una alternativa a la vegetativa hegemonía del PSOE en la izquierda española.
El partido tenía dos opciones: convertirse en una izquierda verde a la alemana (demasiado pronto todavía en España) o convertirse en una izquierda nacional jacobina que no odie a España y los españoles.
Entre dos opciones, la prematura y la buena, han optado por la cómoda: apelar a esos jóvenes que ellos imaginan indolentes («quiero trabajar cuatro días y que me paguen cinco»), negligentes («el trabajo es un castigo divino, cansa y está siempre mal pagado») y, sobre todo, derrotados («Simone Biles me representa, pero sólo cuando fracasa»).
Supongo que tendrán estudios mercadotécnicos y que esa masa crítica de molondros de la vida existe realmente en número suficiente como para garantizarles a ellos un sueldo de diputado durante al menos un par de ciclos electorales más.
Está bien saber que aspiran a ser los mejores del mundo en el fracaso. Esa es toda la lección que han extraído de Simone Biles.