SIN COARTADA

ABC-IGNACIO CAMACHO

Cuando Torra promete atacar al Estado conviene tomarlo en serio. En realidad, el separatismo nunca ha dejado de hacerlo

EL separatismo catalán tiene la ventaja de exponer sus propósitos de modo abierto y claro: siempre anuncia lo que va a hacer, a menudo por escrito, y siempre acaba cumpliendo lo que ha anunciado. La mentira la usa como arma propagandística, para crear mitos sobre los que asentar su relato, pero cuando señala un objetivo conviene creer en su intención de alcanzarlo. Todas las fases del procés –las leyes de ruptura, el referéndum, la declaración de secesión– fueron proclamadas de antemano y ejecutadas con poca o ninguna variación sobre el calendario. El problema es que los constitucionalistas cometen el error sistemático de minimizar la amenaza o de no hacerle caso, y ese desdén propio de un pensamiento ilusorio ha estado más de una vez a punto de provocar un descalabro. A estas alturas existe la experiencia suficiente para entender que el nacionalismo actúa bajo el convencimiento iluminado de una misión histórica capaz de superar cualquier obstáculo, y en esa fe encuentra la determinación de la que carecen sus adversarios.

Por eso, cuando Torra promete atacar al Estado hay que tomarlo en serio. La declaración en sí misma no es ningún delito pero representa un plan estratégico. Nadie debería sorprenderse por ello porque combatir contra España y sus instituciones es para los independentistas su único proyecto; en realidad, nunca han dejado de hacerlo. Podrán acompasar las circunstancias y replantear los tiempos pero no van a renunciar a su designio expreso. Ahora les conviene reagrupar fuerzas y mantener el desafío en fase de tanteo; recomponer la cohesión y ensanchar su base a la espera de otra oportunidad, de otro momento. Quien espere que acepten su derrota y se conformen con el statu quo es un ingenuo.

A la vuelta del verano nos esperan los festejos conmemorativos de la revuelta. La Diada, el aniversario de la algarada del 20 de septiembre, la efeméride apoteósica del 1-O, la de la declaración de independencia. Un paroxismo de autoestimulación agitadora al que se añadirán, cuando comience el juicio contra los líderes de la insurrección, grandes dosis de victimismo amplificado a escala europea. El presidente Sánchez se va a enfrentar a una importante prueba: si contemporiza será humillado, y si se pone en su sitio se arriesga a que la legislatura acabe de mala manera. Si no quiere disolverla tendrá que mirar para otro lado ante una escalada de provocación manifiesta; lo único que está claro es que los separatistas van a cumplir su promesa. Ésa que Carmen Calvo no considera –todavía– un problema.

Pase lo que pase, el Gobierno carece de coartada para alegar que no estaba advertido. Ya le pasó a Rajoy, empeñado –hasta que se hizo demasiado tarde– en desoír los indicios. La Historia de los últimos treinta años certifica que la deslealtad de los nacionalistas sólo respeta un compromiso: el que contraen con su propio desvarío.