ABC 14/07/15
HERMANN TERTSCH
· La soberbia y la procacidad en el desafío a todas las normas van a tener un precio muy alto
LOS acontecimientos de los últimos días en Bruselas pasarán a la historia en todo caso. Nadie sabe aún si será como principio de una reactivación del proyecto europeo o como el principio del final de la moneda común y del propio proyecto político de la unidad europea. Como hito en la defensa eficaz del respeto a los principios comunes y a la cooperación reforzada. O como detonante de las cada vez mayores diferencias en el seno de una comunidad de derecho condenada al fracaso de su convergencia por sus diferencias de nivel de desarrollo, de productividad, de mentalidad y de intereses. En todo caso, sí queda claro el resultado primero y más evidente de las largas negociaciones de domingo y lunes. Y es la derrota absoluta de los intentos de chantaje a todos los miembros de la zona euro por parte de un partido extremista llegado al poder en Grecia con esa intención. El histórico y brutal fracaso de este empeño queda consumado con la firma por el primer ministro Alexis Tsipras de un acuerdo con draconianas reformas y fiscalización de las mismas como condición para evitar el hundimiento total de Grecia en la miseria. Ahora habrá de verse si Tsipras y su gente no sucumben en una tormenta de rabia y frustración de un pueblo engañado sistemáticamente por sus dirigentes y por sí mismo. Es posible que la realidad, la terca realidad que la sociedad griega habrá de digerir ahora después de tragarla Tsipras, cause convulsiones que pueden ser muy graves. Y que pueden llegar a poner en peligro la estabilidad del país. Los socios tienen que estar atentos y prestos a ayudar a Grecia en este crucial momento, cuando asume la enmienda total aunque sea bajo la fuerza.
La frustración es inmensa. La soberbia y la procacidad en el desafío a todas las normas van a tener un precio muy alto. Y es posible que quienes más han engañado, los que prometían atajos al cielo, sean los que antes paguen la rabia del pueblo. Los neocomunistas griegos habían llegado al poder con la promesa de abolir la austeridad. En enero, en medio del entusiasmo por su victoria electoral, habían proclamado el fin nada menos que de la sumisión a los poderes e instituciones europeas e internacionales, de la obediencia a las reglas del comercio y hasta la abolición de la pobreza. Cinco meses ha estado el Gobierno extremista de Syriza jugando así con la mentira, con el dinero de todos los europeos, pero ante todo con la vida, la salud, la hacienda, la prosperidad y el futuro de los griegos que se dejaron seducir por sus cantos de sirena.
No hace ni diez días y parece que hace meses ya de ese referéndum cuyo resultado celebraban con frenesí patriótico en una macabra fiesta de bienvenida al desastre. A los griegos, que sufren desde hace cinco años enormes privaciones y angustia por la caída de su nivel de vida, aún se les pueden perdonar la sinrazón, la locura y su demencial desprecio a los demás, su nacionalismo y victimismo agresivo. A quienes no se les puede perdonar lo habido es a todos los que los han jaleado desde fuera, por ejemplo desde España, para animarlos a no cumplir, a equivocarse y hundirse y perseverar en el error. España ha demostrado estar alarmantemente saturada de entusiastas del desmán político, del delirio populista y del abuso que han protagonizado Tsipras, Varufakis y demás. Ahora que ellos se han estrellado, habrá quien piense que entrarán aquí en razón. Pierdan toda esperanza. Si vemos los éxitos de público de nuestros propios demagogos totalitarios, hay que temer que aquí nadie escarmiente en cabeza ajena.