Ignacio Varela-El Confidencial
- Es más, algunas de sus fundadas previsiones de futuro se volverán políticamente contra el Gobierno, al que pronto veremos abjurando de ellas o sacudiéndoselas como si fueran ocurrencias de otros
Pedro Sánchez, con el indigesto boato que le es propio, presentó un documento interesante y valioso, trabajado por personas de alto nivel, pero que el propio patrocinador tuneó para introducirlo en el circuito del ‘marketing’ y el consumo inmediato. Alta cocina degradada a la condición de comida basura por la urgencia de remontar una coyuntura política adversa. Una pena, porque un material que podría haber sido útil para encauzar un debate serio y duradero sobre cuestiones de fondo se echará a perder como efímero pasto de leones de la contienda partidista. Es más, algunas de sus fundadas previsiones de futuro se volverán políticamente contra el Gobierno, al que pronto veremos abjurando de ellas o sacudiéndoselas como si fueran ocurrencias de otros.
O se hace prospectiva, o se hace propaganda. Mejor dicho, pueden hacerse ambas cosas, pero por separado. Lo que sirve para la prospectiva no sirve para la propaganda, y viceversa. Cuando se mezclan, el producto se devalúa en las dos dimensiones, resultando en un análisis prospectivo contaminado y en propaganda de mala calidad.
Con todo, el problema principal del documento no es su contenido, ni siquiera su instrumentalización publicitaria, sino el rostro que lo exhibe y el nombre al que se asocia. Ese mismo papel, presentado por una institución respetada socialmente, tendría una acogida y un recorrido completamente distintos. Pero hace ya tiempo que Pedro Sánchez perdió el crédito necesario para encabezar una reflexión colectiva de esa envergadura. Al contrario, basta que sea él quien lo ‘esponsorice’ para levantar una oleada de rechazos preventivos. El presidente ha entrado —puede que irreversiblemente— en esa fase del deterioro político en que es capaz de convertir el oro en barro con solo poner su mano sobre cualquier cosa.
En los últimos tres años, Sánchez, con el viento a favor, ha tenido varias ocasiones para asentarse como un gobernante respetable y con sentido del Estado. Pero, pese a su acreditado instinto oportunista en las batallas pequeñas, es de los que en los grandes momentos jamás pierden una oportunidad de perder una oportunidad.
Tras la moción de censura —que no ganó él, sino que perdió Rajoy—, pudo cumplir su palabra y convocar elecciones inmediatamente. Probablemente, las habría ganado con comodidad. Prefirió aferrarse al poder recién conquistado y gobernar a trompicones con el respaldo raquítico de 83 diputados.
Con las elecciones de abril de 2019, pudo haber interpretado correctamente el resultado en clave de interés general y promover un Gobierno de centro izquierda, apoyado en una mayoría absoluta de 180 diputados, que habría servido, a su vez, para restablecer la centralidad en la conducción del país, abrir espacio a los consensos transversales y, sobre todo, recuperar el pulso reformista tras un lustro de parálisis. Pero eligió lanzar el órdago de una repetición electoral que solo sirvió para disparar a Vox, llenar el Congreso de extremistas y petrificar el bibloquismo. Fue un gatillazo fatídico.
Tras formar el Gobierno más divisivo y confrontativo de la democracia, llegó la pandemia. Entonces pudo hacer como Merkel, poner en pie un gran acuerdo nacional para hacer frente a la emergencia y ejercer un liderazgo unificador. Pero primero se vistió de Bonaparte, luego de operador turístico y, finalmente, abdicó escandalosamente de su responsabilidad encasquetando la pandemia entera a las comunidades autónomas.
Cuando la Unión Europea aprobó el histórico plan de recuperación, la ocasión era ideal para convocar a las fuerzas políticas, económicas y sociales y aglutinarlas en un compromiso para que el país obtenga el máximo provecho de la vitamina europea. Puedo haber presentado en Bruselas un plan de inversiones y reformas respaldado por más de 250 diputados y asumido por toda la sociedad. Pero prefirió echarse al bolsillo la llave de la caja para montar un tinglado clientelar que agudizará la desconfianza de la Unión hacia España y provocará un aluvión de agravios domésticos.
Se dirá que todo lo que debió hacerse y no se hizo —o se hizo al revés— era y es incompatible con la morfología de un Gobierno como este. Es cierto. Pero de aquellos polvos iniciales vinieron los lodos actuales. Bajo las cifras engañosas de las encuestas de Tezanos, durante todos estos meses de oleadas pandémicas y destrucción económica se ha ido incubando un sordo volcán de irritación y hartazgo cuya primera manifestación evidente fue el espectacular resultado del 4-M en Madrid.
Ahora, todo indica que ha cambiado la dirección del viento. Los españoles, incluidos muchos de sus votantes, le han tomado la matrícula a Pedro Sánchez y todo lo que venga de él resulta ya sospechoso antes de abrir el paquete. La estrategia de blindar el bibloquismo para neutralizar cualquier vía de alternancia comienza a desmoronarse, y lo que la está arruinando es precisamente la pulsión antisanchista que ha prendido tras una incontable sucesión de trampas, pactos inasumibles y maniobras en la oscuridad.
Si se confirma que Sánchez ha caído en desgracia, haga lo que haga a partir de ahora le crecerán los enanos
Además de lo que se respira en el ambiente, existen ya síntomas demoscópicos suficientes para percibir que se ha abierto la frontera electoral entre los bloques —preludio imprescindible del cambio—. La fuerza, aún muy considerable, que retiene el Partido Socialista se debe más a la resistencia histórica de la sigla que a la figura amortizada de su líder, que claramente resta mucho más de lo que suma. Si se confirma que Sánchez ha caído en desgracia, haga lo que haga a partir de ahora le crecerán los enanos, como les sucedió antes a todos sus antecesores. Además, ni siquiera tiene ya a Iglesias como pararrayos.
Se dice que en Moncloa confían ciegamente en las propiedades electoralmente terapéuticas de las vacunaciones y del crecimiento económico de los próximos meses. Es una lectura mecánica no exenta de voluntarismo. Tras escabullirse de la pandemia, llega tarde para colgarse la medalla en la línea de meta. Los vacunados no salen hablando bien de Sánchez, sino de Ayuso, Feijóo, Puig, García Page o Moreno Bonilla.
En cuanto a la economía, cuidado con los espejismos. La historia demuestra que, en España, los mayores conflictos sociales no se producen en épocas de depresión económica, sino de crecimiento. Especialmente si, como se presagia, este viene acompañado de un repunte de la inflación que golpeará en los precios.
En todo caso, lo más extraordinario del documento llamado ‘España 2050’ es que su ejercicio de prospectiva no parece contemplar en absoluto la hipótesis de que en los próximos 30 años se produzca una alternancia en el Gobierno. Lógico, para entonces, Pedro Sánchez tendrá solo 78 años, que es la edad con la que Biden ha llegado a la Casa Blanca.