Antonio Rivera

Entre un chicle revelador de 5.700 años y los riesgos por sobreconsumo de cadmio de tanto chupar cabezas de gamba, el caso es que la noticia de la sentencia por el mayor juicio de corrupción de la historia vasca ha quedado sepultada en los diarios digitales españoles. Solo es importante para los vascos; el resto del país seguirá al margen y mantendrá viva la mentira de nuestro oasis. Peor para ellos.

Si la emergencia de la extrema derecha nos hizo a los españoles igual de europeos para lo malo, esta sentencia nos confirma a los vascos como españoles también para lo malo. La descripción de los delitos probados es exacta a la de otras latitudes del país: unos individuos se valen de su posición de poder tanto institucional como partidaria para recaudar recursos a cambio de contratas y facilidades en concursos públicos. Una trama mafiosa que recorre altas jerarquías del PNV, cargos institucionales y hombres y (sobre todo) mujeres de paja. Vamos, lo visto en Andalucía, Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana y más lugares.

Una respuesta más rápida, eso sí, pero igual: lo hacían para su particular peculio, nosotros nos apartamos inmediatamente y el partido no tiene que ver, aunque presenta disculpas. No volverá a suceder. Otra vez el partido queda al margen; normalmente, aquí, esas prácticas las respalda el Boletín Oficial del País Vasco. No somos tan zafios como los otros españoles. No colgamos obras de arte en los retretes. Como mucho, disfrutamos de un txoko moderno y estiloso donde efectuar los cobros.

Otro detalle repetido: las denuncias siempre parten de personas de la misma cultura política, ajenas a la rutina de esas prácticas y tan sorprendidas de ellas que se atreven a hacerlas públicas. Carne de su carne, pero en mejor estado. De responsabilidades políticas, también aquí, nada de nada. La cosa fue hace mucho, eran otros tiempos, mandaba yo, pero era en otro territorio… Bastará con que quienes han salido condenados no vuelvan a acercarse en años a un ámbito de gestión pública, algo no del todo confirmado de momento.

Los seres humanos, contemplados en grandes colectivos, se comportan todos exactamente igual, afortunadamente. Quienes tienen una visión diferencial y sistemáticamente benigna de los suyos deberían contemplar la sentencia desde esa premisa. Todos somos iguales y por eso la cultura del respeto de lo público debe ser el único catecismo a considerar. Eso, y la defensa del Estado de derecho. Porque, si no, ¿quién habría conseguido hacer prevalecer la verdad de lo ocurrido en este caso, aunque sea al cabo de tanto tiempo?