MIGUEL ESCUDERO-EL CORREO

Recuerdo que, de niño, cuando asistía a misa no repetía las palabras asignadas a los fieles y permanecía callado casi todo el rato. Esta actitud me ocasionó alguna que otra reprensión de quien ignoraba que, a veces, el silencio es más atento e intenso que sumarse al coro o, quizá, simplemente se me exigía con prepotencia que dejara domar mi voluntad a quien me presionara para ello.

En el reciente campeonato europeo de fútbol, cuando sonaban los himnos nacionales, todos pudimos ver cómo nuestros jugadores permanecían callados, serios y respetuosos. No podían cantar, porque nuestro himno carece de letra oficial. Imagino que, si la tuviéramos, algunos elucubrarían sobre quiénes cantaban con menos entusiasmo. Creo preferible que sigamos sin letra y que sólo tengamos música, aunque sólo sea para desactivar a los moscardones patrioteros: sólo pendientes de su prosa y no de la poesía, siempre inquisidores. Lo único exigible debería ser tener respeto y guardar compostura, que cada uno se sienta como quiera y que nadie se sienta forzado a hacer aspavientos. En mi caso, me dio por imaginar lo que haría yo en una situación como esa. Creo que me gustaría sentirme libre para cantarlo un día y callar otro; según me diera por hacerlo y nunca como un robot.

Hace unos meses, los nacionalistas denunciaron que los diputados de Cs no cantasen ‘El Segadors’; un silencio con respeto y rechazo, a la vez, a la letra violenta del himno nacional de Cataluña. La acerba crítica de los partidos independentistas contrasta con su obsesión por abuchear el himno español, so capa de libertad de expresión. A esto se llama tener cinismo y no solo incoherencia.