Sin pacto posible

 

Fernando Díaz Villanueva-Vozpópuli

Llegado el momento, será necesario algún tipo de pacto entre los dos principales partidos, la clave está en encontrar uno que convenga a ambos

Es un runrún que no cesa desde principios de mes. La situación es tan grave, son tantos ya los muertos y tan negro el panorama económico que tenemos encima que muchos son los que piden un Gobierno de concentración nacional. En principio no es mala idea. España se enfrenta a la mayor y más profunda crisis económica desde la posguerra. Eso significa que casi ninguno de los que estamos vivos hemos padecido una contracción económica similar. La de 2008 fue grave, pero fue algo gradual, en ningún momento el país se paralizó completamente y el pico de desempleados no se alcanzó hasta cinco años después del comienzo de la crisis.

Esta vez todo ha ido mucho más rápido. En apenas un mes, la economía ha perdido un millón de empleos, más los que vendrán en los próximos meses. El Estado se encuentra en jaque, la recaudación fiscal se ha desplomado y en el ministerio de Hacienda no saben muy bien cómo van a hacer frente a los gastos lo que queda de año. Con la puerta de los eurobonos cerrada y la imposibilidad de endeudarse mucho más de lo que ya están o emitir moneda para ahogar todo esto en inflación, al Gobierno no le va a quedar otra que practicar un ajuste muy severo, tanto que va a necesitar algo más que La Sexta, TVE y los demás medios de comunicación afines para salir vivo de esta. Va a necesitar, en definitiva, a la oposición.

El Gobierno ideológico pergeñado a principios de enero es hoy una quimera, se encuentra completamente desbordado, con una hoja de ruta que ya es papel mojado

Por muchos aires de autosuficiencia que se dé el Gobierno por televisión, lo cierto es que su debilidad política es pavorosa. Sánchez cuenta con tan solo 120 escaños y Podemos con 35. Entre ambos quedan muy lejos de la mayoría absoluta, por lo que para pasar la investidura precisaron el concurso de un variopinto grupo de partidos independentistas que ofrecieron su abstención a cambio de un puñado de concesiones. Todo eso saltó por los aires hace un mes. El Gobierno ideológico pergeñado a principios de enero es hoy una quimera, se encuentra completamente desbordado por los acontecimientos y, aunque han emprendido una enloquecida carrera hacia ningún sitio, la hoja de ruta de esta legislatura es papel mojado.

Los socios de la investidura ya le han dejado en la estacada o están en un tris de hacerlo. Descuentan que Sánchez lo tiene complicadísimo y van a lo suyo. El PNV ya le ha dado la espalda y ERC está en eso mismo. Cuando las cosas van mal, cada uno tira por su lado. Apoyaron a Sánchez pensando que se iban a llevar algo, pero ahora les tocará poner, servir de apoyo a un Gobierno destartalado y participar de sus muchos errores durante esta crisis.

La postura de Génova

A Sánchez le queda llamar al PP para que suba al puente de mando y participe de lo que viene, que va a ser muy duro. Aquí viene lo bueno. Necesita al PP, pero no le puede dejar subir al puente porque si lo hace tendrá que olvidarse de Podemos. Quiere que el PP empuje el barco, pero desde el agua, es decir, que se coma una parte de la responsabilidad de todo este desastre pero sin poder hacer nada más. Es un esquema de pura ganancia para Sánchez y de pura pérdida para Casado. Esa es la razón por la que en Génova se han negado, por ahora, a firmar nada. Menos aún cuando se lo están pidiendo con humillación incorporada. Casado está en un plan muy parecido al de Rajoy entre 2008 y 2011. Se ha encerrado a esperar a que amaine la tormenta y sólo saldrá para recoger los frutos. Pero las circunstancias son otras. Por un lado, esto va a toda prisa. Por otro, el espectro político ya no tiene solo dos jugadores. En la izquierda hay dos y en el centro-derecha tres. En 2008, el PSOE y el PP reunían el 84% del voto; en noviembre, sumaron sólo el 48%. Lo que uno pierda no va a ir necesariamente al otro.

Parece lógico que, de un modo u otro, llegado el momento, será necesario algún tipo de pacto entre los dos principales partidos; la clave está en encontrar uno que convenga a ambos y del que España se pueda beneficiar. Y no estoy hablando sólo de Sánchez, sino del PSOE. A veces se nos olvida que detrás de este narcisista incorregible hay un partido que quiere sobrevivir. En el PSOE existe cierto disgusto por la calamitosa gestión de la crisis. Todo lo está haciendo mal: el antes, el durante y seguramente el después. La imprevisión fue tan clamorosa que es imposible ocultarla, y luego el desarrollo en sí de la crisis sanitaria. Todo son improvisaciones, chapuzas, consejos de ministros tormentosos, chivos expiatorios, manipulación interesada de la información, ministros de Podemos censurando al Rey y organizando cazas de brujas en las redes sociales y la prensa independiente a cuento de los famosos bulos.

Sánchez, como el Cristo cautivo que procesiona durante Semana Santa, está atado a la columna de Podemos. Seguramente sabe que con ellos mal, pero sin ellos peor, peor para él, se entiende. No se puede permitir el lujo de sacarlos del Gobierno porque entonces los tendría en la calle. Su apuesta fue fiarlo todo a la ideología y la propaganda, que son las dos especialidades de Podemos. Digamos que ambos se necesitan. Pero Podemos y el PP son incompatibles, así que la condición sine qua non que Casado debería poner sería esa misma: sacar a Podemos del Gobierno y entrar ellos junto a Ciudadanos.

Habrá que bajar pensiones, habrá que reducir sensiblemente el sueldo a los funcionarios, habrá que hacer recortes en todo el entramado administrativo, habrá que subir los impuestos y crear otros nuevos

Entre los tres suman 218 escaños en el Congreso y 219 en el Senado. Entre ambos gobiernan en todas las comunidades autónomas -con la excepción del País Vasco, Cataluña y Cantabria– y en las principales ciudades del país. Un acuerdo de esas características permitiría, por ejemplo, abordar ciertas reformas y, sobre todo, enfrentar lo que viene, incluido un más que posible rescate europeo que obligará al Estado a efectuar el mayor plan de ajuste de la historia democrática. Habrá que bajar pensiones, habrá que reducir sensiblemente el sueldo a los funcionarios, habrá que hacer recortes en todo el entramado administrativo, habrá también que subir los impuestos que se pueda y crear otros nuevos. Algo semejante sólo puede hacerlo un Gobierno con mayoría absoluta sobrada en las cámaras.

Evidentemente algo así no está hoy en la agenda de Moncloa. Sánchez ha unido su destino al de Iglesias, lo suyo es la supervivencia personal y todo lo demás son juegos florales. Su proyecto político es esencialmente el mismo que Podemos: polarización, cordones sanitarios, reorganización del Estado al gusto de sus socios independentistas y toneladas de populismo y disparates posmodernos. El que no pase por ese ojal, palo. En eso estaban hasta el 15 de marzo. Recordemos que aquí no se tomaron medidas contra la Covid-19 a tiempo porque había que celebrar las manifestaciones del 8-M y, sólo unos días después de decretado el confinamiento, desde el Gobierno se animó a una cacerolada contra el Rey.

Con estos mimbres, el pacto es simplemente imposible. Por lo que hemos visto hasta ahora todo indica que el Gobierno tratará de aguantar como pueda. Se intensificará la propaganda gubernamental y se señalará cada vez con más fuerza al disidente. Todo se vendrá abajo cuando se queden sin dinero y no puedan hacer frente a las nóminas de los funcionarios, las pensiones de los jubilados, las prestaciones de desempleo y la renta mínima que acaban de sacarse del sombrero. Con el desgobierno de Sánchez-Iglesias no acabará el virus, sino la tesorería. Sólo entonces podremos hablar de pactos.