EL MUNDO 18/04/13
ARCADI ESPADA
Estalla una bomba en Boston, en una carrera de atletismo, mata a tres personas, hiere a un centenar largo y se instala, como en las novelas, un pesado silencio. Nadie dice esta bomba es mía. Escribo cuando han pasado 72 horas y nadie lo ha dicho todavía. Es verdad que el terrorismo más o menos vinculado a Al Qaeda procede a veces así. Y que las mochilas de Boston se parecen, siniestras, a las mochilas de Madrid. Pero no hay certeza. Y mientras tanto los analistas desgranan los ejes del mal: talibanes (que ya lo negaron), otra forma de yihad, los coreanos. Aluden también al lobo solitario, tipo Breivik, recuerdan Brindisi, Toulouse u Oklahoma, temen Unabomber. Suplen con la especulación entre asesinos el insoportable vacío. Y es que la gente espera alguna palabra. Sobre todo, porque se trata de un explosivo: metralla en una olla exprés. La gente asume que en el caso del snipper (¡esa destreza!), la palabra está incluida en la acción. El mal, el delirio. Nadie exige otra reivindicación. Pero una bomba… Una bomba entre la multitud parece exigir explicaciones. Aún.
Una exigencia anacrónica.
Boston debe de ser uno de los dos o tres lugares mejores del mundo para vivir. Alta proporción de empleo, alto nivel de vida, célebres universidades, patrimonio cuidado con esmero, y pocos cadáveres de tráfico donde encuentren droga o alcohol. Hasta la violencia ha bajado notablemente, sin duda para complacer a Pinker, uno de sus vecinos ilustres. Boston en primavera, día festivo, gente corriendo por las calles del centro, Bolyson Street, por el puro placer de hacerlo. En realidad, aunque más deslumbrante, el mismo orden y la misma belleza civil que en la estación de Atocha de Madrid, aquella hora temprana donde las gentes iban y venían de su corazón a sus asuntos. La misma, sí, también, que en un mercado de Bagdad. Estalla la bomba entonces, como en el poema de Szymborska, la bomba va a estallar en el bar a las trece y veinte/una mujer con campera amarilla, ella entra,/ un hombre de anteojos oscuros, él sale/el terrorista ya caminó al otro lado de la calle. Comprendo que la naturaleza humana y el FBI busquen explicaciones. Pero toda la explicación está en el segundo previo al fragor. En ese mundo que en su humilde perfección arrogante llama al daño.
>Vea el videoblog de Carlos Cuesta La escopeta nacional. Hoy: Más reformas, sí. Más impuestos, no.