El autor analiza cómo el partido liderado por Pablo Iglesias pone en entredicho las bases de la convivencia democrática.
Los autores establecen solo dos reglas básicas para que un sistema democrático perdure -pocas son, la verdad-. Una de ellas es la moderación, lo que los politólogos europeos llaman desde hace más de medio siglo “convergencia de centros”, tal y como lo bautizó Guizot en 1849. Esto significa evitar la polarización de la vida política a través de un lenguaje no violento, y con medidas que unan, no que separen. La búsqueda del consenso es tan vieja como el sistema representativo.
La lección es que si una democracia quiere perdurar debe marginar a las opciones políticas que polaricen la sociedad, que hagan del conflicto y de la división su única política, y que rechacen al adversario convirtiéndolo en enemigo. Aquí, Levitsky y Zitblatt sacan el fantasma populista, ese síndrome de las democracias, que como escribió Simona Forti respecto a los totalitarismos: no vienen de fuera, sino que son el huésped que no deja de llamar a la puerta.
Podemos es uno de esos huéspedes. Con ese partido en el Gobierno de España se vive peor en nuestra democracia. No me refiero a que el comunismo populista de Iglesias cuestione el consenso socialdemócrata, o a que haga de la política una confrontación de modelos distintos de sociedad. Podemos pone en cuestión el consenso social; es decir, las bases de la convivencia y del espíritu que permiten una continuidad y, en consecuencia, un cierto orden en todos los aspectos de la vida pública.
Si una democracia quiere perdurar debe marginar a las opciones políticas que polaricen la sociedad
El objetivo de todo partido socialista, sea la derivación que sea, incluida la comunista, es la transformación del todo; esto es, del Hombre y de la Sociedad. Ese objetivo solo se consigue a través del conflicto, de la politización de cualquier aspecto de la vida cotidiana. La cizaña es el fondo de su discurso y de su actuación. Por esta razón, la formación de Pablo Iglesias se ha dedicado desde 2014 a intoxicar la vida política española. No se le recuerda una buena idea ni una buena acción, sino conflictos, escraches, gritos, performances, cercos al Congreso, nepotismo, casoplones, ni siquiera algo positivo salvo cuando se ha tratado de una derrota de la derecha. Han introducido la violencia «de baja intensidad» y la crispación. Han contribuido a cambiar el eje del consenso desde los partidos constitucionalistas, a los partidos de la ruptura constitucional. Y, por último, han polarizado a la izquierda, lo que ha provocado la podemización del PSOE para competir en ese espectro.
El comunismo populista de la gente de Iglesias no sufre con la crisis, sino que ve en ella una oportunidad para extremar ese conflicto que considera imprescindible para la transformación. Esto ha hecho que la pandemia de la Covid-19 sea vista por el podemismo como una oportunidad para construir una “nueva normalidad” en la que el Gobierno esté omnipresente y sea todopoderoso, junto a una ciudadanía dependiente y agradecida.
A esta forma asocial de entender la política, verdaderamente antidemocrática e iliberal, se une que desconocen los engranajes de la acción administrativa y técnica. El resultado es una mezcla de maldad con negligencia. Dos ejemplos claros son que Iglesias asumiera la política social a nivel nacional el 19 de marzo de 2020 y no hiciera nada, o que Irene Montero presentara un proyecto de “ley de sexualidad” que no firmaría ni un alumno de primero de Derecho.
Un repaso a otros ministros podemitas no deja a esa formación mejor parada. Manuel Castells, el de Universidades, se debió perder en un resort este verano y no se sabe nada de él. Alberto Garzón, de Consumo, habla de cualquier cosa sin fundamento, menos de lo suyo, que no dice nada. Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo, es feliz porque los parados vayan a cobrar, no porque tenga un plan para crear trabajo. ¿Y qué decir del Ingreso Mínimo Vital que solo está cobrando el 1% de los peticionarios?
La formación de Pablo Iglesias se ha dedicado desde 2014 a intoxicar la vida política española
Lo último es la huelga convocada por el Sindicato de Estudiantes, ese chiringuito montado por treintañeros trotskistas dirigido a estudiantes de Primaria a Universidad, de 6 años en adelante. Ha demostrado ser el brazo armado de Pablo Iglesias, quien filtró una conversación del Consejo de Ministros, en venganza por las declaraciones de las ministras socialistas sobre los escándalos de Podemos. Iglesias dijo que a Celaá le falta “liderazgo” en Educación. Puede ser cierto, pero el objetivo del caudillo podemita es distraer la atención, encizañar la vida pública, mantener la calle “caliente”, y atesorar motivos para romper con los “social-fascistas” del PSOE que están a punto de pactar con Cs y el PP los Presupuestos Generales del Estado.
¿Tras seis años de vida, para qué sirve Podemos? Aquí hay muchas responsabilidades. Primero, en quien insufló vida a este grupúsculo de profesores y alumnos mediocres para hacer daño al PSOE, en una maniobra torpe pensada para arañar votos a los socialistas. Segundo, en quienes vieron un negocio mediático en este formación porque generaba espectáculo. Y tercero, en quien dijo que no pactaría nunca con los populistas porque les creaban “pesadillas” y al día siguiente, casi con la misma camisa, se abrazaba a Iglesias.
La condición que los sociólogos norteamericanos Steven Levitsky y Daniel Ziblatt contaban en su libro para deteriorar la democracia -la alianza con el populismo destructor- se ha cumplido en España. Ahí está Podemos en el Gobierno. Es más que evidente que sin esta formación nuestra democracia gozaría de mejor salud.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.