Sindicalismo fantasma

IGNACIO CAMACHO, ABC – 02/05/15

· Los sindicatos sacan en su día oficial un músculo ya entumecido, agarrotado de rutina. Un «novecento» fuera de época.

Yde repente aparecieron como fantasmas del tiempo. Con su ritual de pancartas y banderitas, sus liberados acarreados en autobuses, sus megáfonos y sus rancios discursos de un obrerismo pasado de moda. Una escena del siglo XX, un novecento fuera de época, avejentado por la pátina de la desmemoria. Los sindicatos. Sacando en su día oficial un músculo ya entumecido, agarrotado de inactividad, enflaquecido de rutina. Pisando calle como esos católicos poco practicantes que sólo visitan la iglesia en bodas o comuniones de la parentela. La misa laica del Primero de Mayo.

En medio de la eclosión renovadora de la política; en medio de un huracán generacional que prejubila fórmulas y sistemas y crea nuevos partidos y movimientos con la celeridad de un vértigo volátil, el sindicalismo clásico parece un fósil social con su iconografía paleontológica y sus liturgias superadas. Cualquier convocatoria de las plataformas, mareas y redes de protesta parece más moderna y más viva que estas abotargadas manifestaciones burocráticas.

Las viejas centrales, enrocadas en su marasmo de subvenciones y privilegios, ajenas al veloz cambio de las relaciones productivas, han perdido el pulso de la calle y el sentido de su papel –tan importante sin embargo– en la defensa y control de los derechos laborales. Parecen, y acaso sean, organizaciones arqueológicas y desnortadas, que sólo conservan cierta fuerza en la burbuja de las administraciones públicas. Es decir, en el único ámbito donde aún rigen las viejas pautas del trabajo reglado que para un inmenso sector de los españoles ha desaparecido para no volver.

Lastrados por su complicidad en el desastre zapaterista, derrotados por la reforma laboral y autodestruidos por los escándalos de corrupción, los sindicatos aparecen ante la opinión pública como un brazo gangrenado de la repudiada nomenclatura oficial. Más desprestigiados incluso que los partidos a los que ya no sirven como correa de transmisión en el mundo del trabajo. Beneficiarios de sinecuras sin sentido –¿cómo siguen impartiendo cursos de formación cuando la enseñanza profesional y superior languidece sin dinero ni apoyo?–, agarrados a estructuras endogámicas que irritan a la gente por su instinto de autoprotección sectaria. Sin sitio comprensible en una sociedad compleja y fragmentada. Su fracaso, su desubicación, su aislamiento, representan parte del colapso de un sistema cuestionado como nunca por una sociedad irritada.

Y no es buena noticia porque el sindicalismo histórico ayudó a construir el equilibrio de responsabilidades que ha forjado la España moderna y su quiebra amenaza la articulación nacional. Pero no se dan cuenta de que su supervivencia depende de su intuición autocrítica, de su impulso regenerativo. Apegados a una querencia funcionarial celebran la Fiesta del Trabajo bailando al compás de su particular orquesta del Titanic.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 02/05/15