José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Ningún grupo le aceptó a Sánchez la ecuación de ‘alarma o caos’. El presidente recibió una somanta dialéctica incluso de los que apoyaron la prórroga de la alarma
La higiene democrática requería que el Congreso le pusiese las peras al cuarto al Gobierno y que, al mismo tiempo, se le aceptase —con condiciones sustanciales— la que, seguramente, será la última prórroga del estado de alarma.
Se conciliaban así tres necesidades.
La primera, política: enfrentar a Sánchez con la realidad de su limitada capacidad parlamentaria y rebajarle su altanería autocrática, desconsiderada hacia sus socios y hacia la oposición.
La segunda, institucional: preservar la integridad de las facultades del Congreso previstas tanto en la Constitución (artículo 116) como en la ley orgánica reguladora del estado de alarma.
La tercera, técnica: mantener por dos semanas más, hasta el 24 de mayo, una situación de emergencia transicional en la que se articule un cogobierno sanitario con las autonomías y se desvinculen las ayudas sociales, laborales y financieras de la vigencia del periodo de excepcionalidad.
Los tres objetivos se lograron este miércoles en un pleno que siniestró al Gobierno, lesionándole seriamente pero sin llegar a abatirlo. Pedro Sánchez, que recibió una soberana somanta dialéctica, pudo comprobar con una claridad meridiana que se aloja en la Moncloa no por sus propios méritos sino por ausencia de alternativa.
Y debió percibir que su Ejecutivo tendrá continuidad en la medida en que tanto el PSOE como Unidas Podemos puedan soportar y absorber las contradicciones que les va a provocar, no ya el control de la pandemia, sino la formidable recesión que se nos viene encima y en cuya difícil navegación habrá que afrontar una condicionalidad europea que se percibe ya como férrea.
Pedro Sánchez tuvo que experimentar la frustración de sacar adelante la prórroga de la alarma con Ciudadanos (que obtuvo unas contrapartidas interesantes) y con el PNV (a cambio de compartir con las comunidades autónomas la autoridad única y asumir que las elecciones vascas se celebrarán en julio), ambos grupos políticos en las antípodas de Pablo Iglesias y de ERC y EH Bildu.
El plan de desescalada previsto por el Gobierno ha caducado. Tanto porque no habrá más prórrogas del estado de alarma y deberán implementarse medidas alternativas previstas en la legalidad ordinaria, como porque las decisiones gubernamentales exigirán consenso con los ejecutivos autonómicos. Ningún grupo aceptó al Gobierno el dilema de ‘alarma o caos’ y prácticamente todos le reprocharon tal planteamiento como una forma de “chantaje”.
En un estado de escasez de recursos públicos y con nuevas prioridades políticas, no se alcanza a intuir cómo Pedro Sánchez podría satisfacer las pretensiones programáticas de Unidas Podemos, su socio de Gobierno; cómo cumplir los compromisos con ERC respecto de la crisis secesionista de Cataluña, y de qué manera ejecutar los que asumió con el PNV. Por no atisbarse, ni siquiera se adivina cómo podrá el secretario general socialista plantear y debatir con éxito unos Presupuestos Generales del Estado que sustituyan a los ahora prorrogados de 2018.
Con independencia de la calidad y acierto de la gestión de la pandemia, a este Gobierno lo que le ha fallado es la actitud, el talante, el estilo. La superposición de dos personalidades como las de Sánchez e Iglesias es la menos apropiada para este momento. Les falta a ambos ductilidad, les sobra afán de poder, no les distingue la capacidad de gestión y a los dos les caracterizan sus rasgos bonapartistas (Sánchez) y su sofocante ideologización radical (Iglesias).
Si el siniestro que este miércoles padeció el Gobierno sirviese para devolver a la realidad al presidente y al vicepresidente, algo se habría ganado, porque la experiencia parlamentaria fue como la ingesta de una generosa dosis de ricino para ambos. Otra victoria parlamentaria tan pírrica como esa y, efectivamente, el tándem Sánchez-Iglesias representará vivamente la imagen del caos.
¿La oposición? No tiene nada que hacer. Está, además de dividida, mal avenida: el PP se abstuvo, Vox votó en contra y Cs apoyó la prórroga. La desavenencia podría, incluso, repercutir en sus pactos territoriales. Su única oportunidad solo llegaría del cuarteamiento de la coalición en el Gobierno. De acontecer, el PP y Ciudadanos no deberían dudar: colaborar con un Ejecutivo socialista en solitario sellando tres acuerdos: duración de su gestión, Presupuestos y convocatoria anticipada de elecciones generales.
Pronto dejaremos de estar en alarma jurídica, pero seguiremos en estado de emergencia social y económica, de vigilancia sanitaria y de riesgo político sistémico. Provoca una desagradable sensación de vértigo comparar la hondura y gravedad de los peligros con la cortedad de los medios políticos e institucionales para afrontarlos. Nos falta recurrentemente, y más aún en estos tiempos, aquello que Confucio —fuente inagotable de sabiduría— exigía para el bienestar de los pueblos: “Seriedad, honestidad, generosidad, sinceridad y delicadeza”.