Ignacio Camacho-ABC
- La foto con el Papa revela el olfato populista de Yolanda Díaz. A Sánchez le está creciendo una contrafigura a su medida
En el PSOE se empiezan a dar cuenta de que Yolanda Díaz va a por ellos. La operación de la vicepresidenta busca abrirse hueco en una cierta izquierda desencantada con la vacuidad de Sánchez y con su falta de crédito, votantes socialistas descontentos que se sienten tentados de echarse en brazos de un liderazgo más serio. La impostura de Díaz, comunista de imagen moderada y halo discreto, puede ser tan artificial como la del presidente pero se nota menos porque es la única ministra de la cuota de Podemos que parece consciente de su responsabilidad como miembro del Gobierno. Además viste bien, habla bajito con suave deje gallego, guarda respeto institucional y sabe mostrarse lejos del radicalismo adolescente de sus compañeros. Y aunque Calviño, Escrivá y los empresarios que negocian con ella conocen su dureza de criterio, se las ha apañado para crearse fama de componer consensos. Su proyecto incluye, como el de Iglesias, una alianza firme con ERC, Bildu y otros nacionalismos irredentos pero a pesar de ello goza de valoración positiva en los sondeos porque su perfil no despierta rechazo ni inspira miedo.
La plataforma en ciernes representa, como ha analizado con lucidez el colega Pablo Pombo, la aceptación tardía de la estrategia de populismo transversal que Errejón intentó implantar en Podemos frente al agresivo leninismo ‘pablista’, y que acabó costándole la salida. En ese sentido la foto con el Papa es algo más que un gesto de sintonía con la corriente de cristianos progresistas: revela una potente intuición propagandística. Francisco -que le preguntó, ay, por Carmen Calvo y le envió recuerdos- es el Pontífice mejor visto por la izquierda desde que Pablo VI abrió las parroquias, al final del franquismo, a las organizaciones del movimiento obrero. Sus conceptos políticos se han moldeado bajo el peronismo y resulta evidente su afinidad con ese modelo que Díaz encarna con toques posmodernos. Ambos eran plenamente conscientes del significado del encuentro. La visitante buscaba un espaldarazo del Santo Padre -así lo llamó, sí- que un año antes había recibido con cara de palo a Sánchez. Y Bergoglio no se privó de mostrarse empático y agradable con una dirigente que hace bandera de las preocupaciones sociales. La diplomacia vaticana no da manotazos al aire: la audiencia era un mensaje ante el que Moncloa tiene motivos para inquietarse.
Y hay inquietud, mucha. Al sanchismo le han vuelto a entrar temores, si no de ‘sorpasso’ sí de que crezca más de la cuenta el peso específico de su principal aliado. La idea de contener la caída del socio dándole fuerte respaldo mediático a su candidata se le ha ido de las manos y ahora es su propia facturación electoral la que se está complicando. El artefacto de vuelo corto que los gurús de Presidencia querían crear se ha descontrolado y mientras más arriba vaya más irá el PSOE hacia abajo.