ABC 15/12/16
EDITORIAL
UNA de las características de los tiempos en que vivimos es la imposibilidad de ocultar los acontecimientos más relevantes, sin importar dónde están sucediendo. Por supuesto, algunos medios de comunicación, como ABC, se esfuerzan por acercar esa información de forma profesional y lo más clara posible, como ahora mismo desde la martirizada ciudad de Alepo. Pero, aun sin esa presencia tan valiosa, los ojos del mundo ya no pueden ignorar lo que está sucediendo en Siria y en Irak. En los hechos esa guerra se está transformando cada vez más claramente en un simple pulso diplomático entre Rusia y las potencias occidentales por obtener –o no perder– réditos políticos a costa de un conflicto en el que ya lo último que parece importar son los millones de víctimas en que se han convertido todos los habitantes de aquel país. Y esa realidad sangrante que es un escándalo moral para una sociedad civilizada no se puede ignorar.
Mientras en los pasillos del Consejo de Seguridad se discute sobre elementos más o menos accesorios del problema, sobre el terreno es evidente que la violencia continúa y que, aunque la intervención rusa parece estar a punto de desembocar en la recuperación de la ciudad de Alepo por parte del régimen, lo cierto es que los terroristas de Daesh no parecen inmutarse por ello y siguen conservando áreas estratégicas esenciales, se permiten el lujo de reconquistar enclaves emblemáticos, como Palmira, y son capaces de causar daños significativos a los militares rusos o turcos. Para el mundo libre ha llegado el momento de reaccionar ante una situación insostenible, porque ya es evidente que este conflicto –cuyos efectos han llegado a poner en serio peligro los cimientos del edificio europeo con el aflujo incontrolado de refugiados– no se resolverá solo ni será inocuo para nuestros intereses. La guerra de Siria e Irak, donde el fracaso en la ofensiva para la toma de Mosul por parte de las fuerzas gubernamentales es un doloroso síntoma de impotencia, está siendo el cementerio moral de la política europea y puede ser el germen de su descomposición si no somos capaces de detenerla a corto plazo, de forma que sean derrotadas las siniestras fuerzas del terrorismo.
Los jefes de Estado y de Gobierno europeos se reúnen hoy en Bruselas y tienen una nueva oportunidad de trabajar para afrontar este problema con valentía. No es posible seguir mirando hacia esa región del mundo tan próxima a nosotros como si lo que allí sucede fuera una catástrofe natural. Es cierto que nosotros no somos responsables de todo lo que está pasando, pero no podemos ignorar que seremos también las víctimas si no somos capaces de detenerlo.