Jon Juaristi-ABC
Hay que imaginarse a Sísifo inmensamente feliz
Pocos meses después de publicar en español La luz que se apaga, el ensayo de Ivan Krastev y de Stephen Holmes sobre la extinción de Occidente, la misma editorial, Debate, saca a la luz los últimos pronósticos del politólogo búlgaro en un librito que no merece tanta esdrújula, pero que se deja leer más o menos a gusto (¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo). Comienza afirmando Krastev que «de pronto, nos ha parecido estar viviendo una de esas distopías tan arraigadas en el imaginario popular» y cuenta haber recibido de un amigo, durante el confinamiento, un «divertido diagrama de Venn» que pretendía representar la situación de la pandemia mediante doce círculos superpuestos cada uno de los cuales aludía a una distopía popular, siendo la primera Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
Hay que empezar recordando que Un mundo feliz es la traducción española, bastante arbitraria, del título inglés de la novela de Huxley, Brave new world, expresión que el autor tomó de La Tempestad, de Shakespeare (acto V, escena 1, verso 183) y cuya traducción literal sería «bravo nuevo mundo», tomando «bravo» como sinónimo de valiente, audaz e incluso de valentón (en nuestra literatura del Siglo de Oro el bravo venía a equivaler al arquetipo cómico del miles gloriosus, el soldado fanfarrón y camorrista), pero nunca de feliz. En 1971, el traductor de la novela al vasco, Xabier Amuriza, vertió el título original a un verso de un conocido zortziko de José María de Iparraguirre que cantaba el joven estudiante Unamuno, con el rostro arrasado por las lágimas, en el tren que lo llevaba de Bilbao a Madrid cada comienzo de curso. Bai mundu berria, «nuevo mundo», es la segunda parte del verso «orai noa ikustera bai mundu berria» («Ahora, sí, marcho a ver el nuevo mundo»), con el que Iparraguirre se refería a América (como Shakespeare), y no a Madrid, donde había vivido, y que tenía más visto que el TBO (recuérdenme que algún día les hable del origen y sentido de esta última fórmula, hoy en desuso). Nuevo mundo fue, por cierto, el título que Unamuno dio a su primera tentativa novelesca, que narra las tribulaciones de un estudiante que vive de pensión.
Dentro de su laconismo eusquérico, el título de Amuriza/Iparraguirre es más fiel al sentido del de Huxley/Shakespeare que la versión española, pero hay que reconocer que esta ha tenido un éxito innegable en la imaginación popular (española e hispanoamericana). Se me ocurre que, abundando en el equívoco, quizá le habría quedado bien el título de Los esclavos felices, la ópera que Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826), el Mozart bilbaíno, compuso a sus catorce años. Esclavo se opone totalmente a bravo, como bien sabía Espronceda («… cuando el yugo del esclavo/como un bravo/ sacudí»). Los esclavos, condenados a tareas repetitivas y degradantes, pueden ser tan felices como sus amos, o al menos eso piensan los amos. Los bravos dan por perdida la vida cuando sacuden el yugo del esclavo, afirma el Pirata de Espronceda. No es una condición envidiable. En cambio, el propio Camus sostenía que hay que imaginar a Sísifo feliz, arriba y abajo con el pedrusco toda la vida.
No sé qué puede tener la Nueva Normalidad en común con las distopías populares, pero, sin duda, hay gente que la vive ya como un mundo feliz. Sin ir más lejos, el presidente Sánchez Pérez-Castejón, el miércoles y con ocasión de la apertura de la frontera entre España y Portugal, declaró sentirse inmensamente feliz, lo que no es una novedad en el personaje, del que consta que ha sido inmensamente feliz desde que tuvo la fortuna inmensa de haberse conocido. A los demás ya se nos irá quedando cara de lo mismo, demos tiempo al tiempo.