ABC 15/04/15
IGNACIO CAMACHO
· Los soberanistas han detectado en la inmigración musulmana una potencial masa crítica de «nuevo proletariado catalán»
EN una novela de Vázquez Montálbán publicada a finales de los años noventa aparecía la imaginaria creación de un servicio secreto catalán como un chusco delirio nacionalista. Bien, pues ahí anda ya el embrión perfectamente serio del cuerpo de espías de la Generalitat junto a las embajaditas de la señorita Pepis y otra serie de clones orgánicos que la hoja de ruta soberanista llama «estructuras de Estado». La ingenuidad del constitucionalismo español siempre creyó que la réplica a escala de la Administración estatal aplacaría el ímpetu soberanista sin comprender que se trataba de dejar construido el entramado institucional para, llegado el momento, saltar a la orilla de la independencia de un grácil saltito como el del capitán Sparrow. El tozudo designio de la secesión se ha ido edificando sobre presuntas quimeras tenazmente ejecutadas por un insaciable nacionalismo.
En aquella ficción novelesca, el izquierdista Montalbán mostraba su lúcido agnosticismo frente a la creencia de las patrias mediante burlonas fantasmagorías que han terminado revelándose ciertas en el abracadabrante universo secesionista. Sólo falta la de la pigmentación artificial que permitiese identificar por el color de la piel la diferencialidad catalana. Pero el plan de autosuficiencia rupturista se está cumpliendo en términos que alucinarían, de seguir vivo, al creador del detective Carvalho. Entre ellos la invención de un pasado histórico a medida –patente en el discurso de Mas ante el foro ministerial del Mediterráneo–, la participación en extravagantes plataformas internacionales y hasta el intento de creación de un proletariado propio. Ésta es la clave de la reciente simbiosis entre los soberanistas radicales y los círculos islámicos: el fomento de una nueva clase inmigrada sin contaminar de españolidad y fácilmente integrable a través de la inmersión lingüística y cultural en la realidad paralela catalana.
El pujolismo desconfió siempre de la inmigración latinoamericana, reacia a aprender el catalán por contar «de serie» con una herramienta común de entendimiento. Sus herederos han detectado en el colectivo musulmán un potencial aliado con el que articular una masa crítica de «nuevos catalanes» susceptibles de incorporarse sin problemas a la soberanía en ciernes. El apostolado independentista no da puntada sin hilo; todo ese coqueteo con la trama asociativa islámica pretende blindar el «proceso» y darle cohesión social mediante la suma de los cuatrocientos mil magrebíes a la nación en marcha. Se trata de la construcción de un tejido soberanista a base de un elemental quidpro quo: integración (ayudas) por apoyo a la causa. Una lógica de consecuencias demenciales que sin embargo encaja en el gran dislate de la emancipación. Veremos a imanes predicando la secesión en las mezquitas. Tampoco se iban a diferenciar mucho de ciertos fundamentalistas autóctonos.