Juan Carlos Girauta-ABC

Faltaba un punto de estilo, y ya está aquí: vanagloriarse de la arbitrariedad

En un pasaje de Shakespeare, Guildenstern afirma que la sustancia del ambicioso es la sombra de un sueño; al observar Hamlet que, a su vez, el sueño es solo una sombra, concluye Rosencrantz, ya para el mármol, que la ambición es cualidad tan aérea y leve que no es sino la sombra de una sombra.

Hay reflejos de reflejos hasta el infinito; baste pensar en espejos enfrentados. Pero en la realidad no hay sombras de sombras. Ser la sombra de una sombra es no ser nada. Por eso ser solo ambicioso es carecer de todo en absoluto, que es lo que le pasa al personaje con cuya presidencia ha vuelto el destino a maldecir a España.

El lector conoce los abusos del personaje, no hace falta enumerarlos. Quien haya tenido tiempo de reflexionar, también estará al corriente del rasgo común de esos abusos: fuerzan las costuras del sistema, tensan y comprimen, por turnos, la materia quebradiza de la democracia liberal, comprometiendo la división de poderes, estirando las leyes como un chicle, ignorando su naturaleza de normas generales.

Faltaba un punto de estilo, y ya está aquí: vanagloriarse de la arbitrariedad. Es la prueba del peligro, la que certifica la índole socialcomunista de nuestros gobernantes, no como adición (socialistas más comunistas) sino como aleación. El estilo Ábalos, el más descarnado, el «no me echa nadie», es el redoble que anuncia el advenimiento de un régimen, de un estado del Estado que se reconoce porque un poder invade a los demás. Porque reniega de los controles y equilibrios propios de la democracia; asume, con los golpistas, le existencia de una fantasmal «democracia» real de mejor condición que la legal; coloca la adhesión al líder por encima de cualquier consideración; pone sordina al Jefe del Estado, lo tapa, lo anonada. Cae, en fin, en la funesta tentación de gobernar contra medio país para mantener al otro medio unido alrededor de un antagonismo estructural.

En la relaciones internacionales, elige el bando de sus socios de gobierno en vez de atraer a estos a la lógica europeísta, el entendimiento trasatlántico y la apuesta por los derechos humanos allí donde la voz de España posee mayor influencia. Nos ha colocado del lado de una narcodictadura criminal condenada por el mundo libre.

El personaje sin otra cualidad que la ambición, la sombra de una sombra, cuenta con dos expresidentes socialistas que saben mucho sobre Venezuela. Pudiendo alinearse con González, de impecable criterio, prefiere hacerlo con el otro, asesor de Podemos y empleado de Maduro (treinta y ocho viajes, ¿por la cara?), que rema en sentido contrario a la UE, los Estados Unidos y el pueblo venezolano. Manifestantes asesinados por las calles, opositores torturados en La Tumba -el sótano de pesadilla del Sebin-, desabastecimiento de alimentos y medicinas, muertes por desnutrición y cinco millones de exiliados en cuatro años: en ese lado de la historia nos ha colocado el mero ambicioso.