Lo mejor de la prensa del pasado domingo 28 de enero fue leer el artículo en el que José Peláez decía en ABC que “la peculiaridad real de España es que seamos el único país europeo sin un diario nacional de izquierdas serio y sensato, uno que no le dé vergüenza ajena a la izquierda democrática, liberal e ilustrada”, y a continuación otro de Íñigo Domínguez en El País subrayando que “España es el único gran país europeo sin un diario nacional de derechas serio y sensato de referencia”. Me guardo la opinión sobre cuál tiene razón, si la tienen ambos o ninguno. Juzguen ustedes. Lo que sí me parece que revela la coincidencia es el boquete que ha abierto en la credibilidad de la prensa la lucha encarnizada por el relato.
Si, por poner un ejemplo, Emmanuel Macron hubiera dicho en una rueda de prensa que una acción violenta investigada por la Justicia no fue terrorismo, con casi total seguridad, Le Monde y Le Figaro, los diarios de referencia del centro-izquierda y el centro-derecha, habrían coincidido en censurar al presidente francés. Le habrían recordado a Macron su deber de ser el defensor más vehemente del sagrado principio de la separación de poderes. Aquí no. Aquí, si Pedro Sánchez se cubre con la toga y dice eso de que “los independentistas catalanes van a ser amnistiados porque no son terroristas”, no cabe esperar acercamiento alguno al reproche por parte de ciertos medios “serios y sensatos”. Todo lo contrario: la única certeza es que habrá quien se agarre a los matices y deseche lo primordial para poder alinearse con el discurso dictado por el poder en cada ocasión.
¿Puede Sánchez utilizar su influencia para ejercer una presión inadmisible, si de respeto democrático se trata, contra el Poder Judicial? Responder a esta pregunta es un ejercicio previo a cualquier otro análisis periodístico
Porque, pongamos que es así, que en la calificación jurídica que los tribunales acaben atribuyendo a las acciones violentas -muy violentas en algunos casos- ejecutadas durante el procés, no encaja el delito de terrorismo. ¿Y? ¿Puede el jefe del Ejecutivo utilizar su influencia para ejercer una presión inadmisible, si de respeto democrático se trata, contra el Poder Judicial? Responder a esta pregunta es un ejercicio previo a cualquier otro análisis. ¿Cómo puede un medio “serio y sensato”, sea de derechas o de izquierdas, pasar por alto esta intolerable intrusión? ¿Cómo puede un medio que se autoproclame progresista transigir, sin manifestar al menos asombro, con esta malsana extralimitación del Ejecutivo en un Estado de Derecho?
Hubo quien pensó que Sánchez, tras el revolcón de Carles Puigdemont al proyecto de ley de amnistía, aprovecharía la circunstancia para amortiguar el daño que su coyunda con el independentismo va a ocasionar a su partido en las elecciones gallegas; que se subiría al estrado de la representación permanente de España en la UE para decirle al fugado que por ahí no, hasta aquí hemos llegado. Al menos eso, un gesto táctico que permitiera al candidato socialista Gómez Besteiro centrar algo un discurso cada vez más incoherente, circunstancia que aprovecha el nacionalismo disgregador. Pero no. Lo que hizo Sánchez el jueves en Bruselas fue pedir comprensión a Puigdemont y hundir un poco más a su partido.
Algunos parecen haber olvidado que su obligación principal es ejercer un especial control sobre aquellos que están en disposición de cambiarnos la vida, para bien o para mal, con su firma en el Boletín Oficial del Estado
En lacerante pero atinada definición de la ex eurodiputada socialista (y ya ex militante) María Muñiz de Urquiza, lo que confirmó Sánchez este jueves es que el PSOE es sólo un instrumento a su servicio, “un engendro político cuyo algoritmo está diseñado para, por encima de cualquier otra consideración, mantener el poder. Y con ese objetivo tautológico –continuaba Muñiz en su artículo de El Mundo-, ante la estupefacción de militantes y simpatizantes genuinamente progresistas, [el PSOE] transita erráticamente entre contradicciones argumentales, evisceración de las instituciones, piruetas ideológicas y explicaciones abracadabrantes, efímeras y oportunistas”.
No he leído nada parecido en ningún artículo editorial de los medios considerados progresistas. Y no es que me extrañe, es que sigo sin acostumbrarme a esta anomalía impropia de una prensa que dice mirarse sin filtros en el espejo de la sociedad a la que pretende servir. Una prensa que aplica con docilidad la lente deformante con la que el sanchismo interpreta a diario la realidad y hostiga a las opiniones discrepantes. Una prensa que atiende solícita la última consigna de Gracita ¡Sí señorito! Bolaños* y que parece haber abdicado de su principal obligación: ejercer un riguroso control sobre aquellos que están en disposición de cambiarnos la vida, para bien o para mal, con su firma en el Boletín Oficial del Estado.
(*) El copyright de ‘Gracita’ Bolaños pertenece a un buen amigo que no me dejará revelar su identidad, a alguien que se afilió al PSOE muy joven y hoy ve con creciente preocupación cómo Sánchez emborrona la mejor versión de su partido.