EL CONFIDENCIAL 16/12/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· El presidente debió rescatarse -por su condición institucional, por veteranía y por preparación- del terreno al que le llevaron la incontinencia verbal y la agresividad de Sánchez, y no lo hizo
Por esa razón -la reciprocidad de los insultos-, los contendientes terminaron en el barro. Aunque no solo: también porque Manuel Campo Vidal, moderador del debate, no ejerció sus legítimas facultades y dejó pasar el exabrupto de Sánchez sin cortarle en seco pare recordarle que toda contienda -hasta la más hostil- se atiene a unas reglas de compromiso. Le faltó al veterano periodista no tanto valentía cuanto perspicacia para reparar que a partir de ese momento, el debate se le escapaba de las manos. Y, efectivamente, se le desmandó hasta el punto de que no logró arrancar un juicio articulado ni a Rajoy ni a Sánchez sobre Cataluña, omisión clamorosa en un debate preelectoral.
No se atuvo Sánchez a un patrón de mínima corrección. Y Rajoy, en vez de demostrar experiencia, quedó impactado y respondió con la misma moneda
Sánchez no tenía derecho -porque carece de pruebas inculpatorias- para calificar al presidente del Gobierno de “indecente”. En el caso Bárcenas, Rajoy ha sido poco creíble, negligente y opaco. Pero la indecencia es otra cosa y se refiere a un atributo personal negativo e, incluso, a una probabilidad delictiva. Ahí reventó el socialista el debate que iba en una progresión crispada y atropellada pero legítimamente bronca. No se atuvo Sánchez a un patrón de mínima corrección, lo que devalúa su fiabilidad como político templado y responsable. Y Rajoy, en vez de demostrar la superioridad de la experiencia, el control y el hábil manejo del lenguaje, quedó impactado por la ofensa de Sánchez y respondió con la misma moneda.
El presidente del Gobierno debió rescatarse -por su condición institucional, por veteranía y por preparación- del terreno al que le llevaron la incontinencia verbal y la agresividad de Pedro Sánchez, y no lo hizo. Porque, en vez de atenerse -él sí- a las reglas de compromiso, poniéndolas en valor al no traspasarlas, las infringió en una suerte de reciprocidad insultadora que hizo triunfadora la estrategia de su adversario, dispuesto como iba desde el principio a desmantelar el debate.
Tampoco advirtió Rajoy que el moderador -del que se deshizo Sánchez desde el primer minuto- iba dimitiendo de su condición y le terminó por desamparar. De tal manera que la discusión derivó en riña de patio de corrala que era lo que deseaba el secretario general del PSOE, obnubilado por su propia y sobreactuada agresividad, que asaltó a un Rajoy bajo de recursos e ingenuamente confiado. Treinta y seis horas después, el diagnóstico sigue siendo el mismo: los dos perdieron.