Se ha deteriorado de tal manera la política que todo parece un desfile festivo de moros y cristianos, porque lo importante es sólo el poder. Todo es tan estúpidamente obvio que sólo cuando se nos abre la tierra bajo los pies con un atentado como el del 11-M la gente reacciona y hasta va a votar.
Hemos soportado en silencio durante veinte años el uso despectivo que del término «Vascongadas» ha hecho HB -«Gobierno vascongado», «Parlamento vascongado» y otros- y de repente el personal se escandaliza y se monta parda al oír al Rey esa expresión, quizá buscando una neutralidad imposible cuando denominaciones como «Euskadi» o «Euskal Herria» son conceptos hoy partidistas. Un erudito amigo mío, José Luis Lizundia, solía reclamar durante la primera legislatura del Parlamento vasco que se aplicara la susodicha palabra con propiedad, que «vascongado» era el territorio donde se hablaba euskara, para distinguirlo del «romanzado», donde se hablaba castellano. Pero es evidente que en una sociedad donde lo correcto lo deciden los que mandan, hasta en el leguaje, hay que pedir permiso hasta para hablar. Cuando haya dudas habrá que introducir la coletilla «con perdón», para demostrar que lo que no se desea es molestar, y eso que fue el Rey él el que dijo en su palacio que hablando se entiende la gente. No siempre, y menos aquí.
Tendría el Rey que usar una guía para dirigirse en el país de las tres obviedades. Estas son: «¡habrá grises!», para referirse a lo que hay entre lo blanco y lo negro; «los políticos están para gobernar y no para crear problemas» (esta no necesita mayor explicación); y «en algún momento habrá que sentarse a dialogar» (esta tampoco la explico). No salirse de las obviedades, en un país que debiera denominarse Obviolandia, es lo mejor para no meter la pata. Y, sobre todo, lo que da un tono progre (aunque no gramatical) es el uso de los masculinos y femeninos, evitando el genérico, lo que alarga el discurso cuando no se sabe qué decir. Así que, soltando sinsorgadas y acabando con la pregunta de «¿qué malo hay en ello?», se limita uno al lenguaje burocrático oficial y se obvian los problemas.
Más serio es que el lehendakari se crea presidente de una ONG y no acuda – esto no ha levantado escándalo- a un acto castrense ni siquiera cuando viene el Rey. Quizás no sepa que el Estado moderno es un ente civilizador por ilustrado, que tiende a poner bajo control y limitación ese eterno problema de la humanidad que es la violencia (el hombre es lobo para el hombre, entre otras cosas) y que tiene su ejército a las órdenes del poder democrático en la sana intención de no facilitar la existencia de guerras, por lo que el lehendakari, como parte del Estado que es, tiene la obligación de responsabilizarse en lo que toca en las relaciones con lo castrense. ¿Acaso no acude a los actos de ese otro cuerpo armado que es la Ertzaintza? ¿O el problema es que no es vasco o vasca ese ejército o fuerza armada?
Pudiera ser obvio el resultado -esperemos que no- de esa nueva versión de Gran Hermano en que se puede convertir la comisión de investigación sobre el 11-M. Quizás lo más preocupante es que todos estén de acuerdo en que se haga, aunque se sospecha que todos quieren que sus adversarios se enteren de lo que vale un peine atreviéndose a convocarla. Desde hace tiempo la imprudencia saltó a la política desde las páginas, ondas o pantallas (muchas veces amarillas), donde la reflexión se pierde a la búsqueda de impactantes titulares; al fin y al cabo la información, más que nunca, es una mercancía. Esperemos que el tratamiento parlamentario de una situación originada por un atentado terrorista que tanto influyó en el comportamiento electoral, según los datos del CIS, no conlleve la liquidación del Pacto Antiterrorista y se convierta éste en la víctima última, acabando todo como La venganza de don Mendo.
Entonces, todo sigue tan divertido o aburrido como siempre, al carecer la política en nuestro país del espacio común necesario que evite el histrionismo endémico que padecemos y en donde la diferencia sea posible tras el encuentro en lo fundamental. Se ha deteriorado de tal manera la política que todo parece un desfile festivo de moros y cristianos, donde los ejércitos que se enfrentan no son más que un divertimento para atraer votos, porque lo importante es sólo el poder.
Todo es tan estúpidamente obvio que sólo cuando se nos abre la tierra bajo los pies con un atentado como el del 11-M la gente reacciona y hasta va a votar.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 14/5/2004