Sobredosis identitaria

EL CORREO 18/12/13
TONIA ETXARRI

Era el 15 de febrero de 1990. El Parlamento de Vitoria había proclamado el derecho de autodeterminación del pueblo vasco. Un derecho que «tiene como finalidad la construcción nacional de Euskadi». Horas después, Xabier Arzalluz, presidente del PNV, participaba como invitado en un coloquio radiofónico en la misma ciudad. Los entrevistadores le invitamos a brindar por la declaración que acababa de aprobar la Cámara vasca, con los votos del PNV, EA y Euskadiko Ezkerra. Pero el dirigente nacionalista cortó el entusiasmo que reinaba en el ambiente con su reacción: «bah! eso son cosas de periodistas»!, dijo. Dos años antes ya había dejado sobre la mesa su famosa pregunta retórica sobre la utilidad de la autodeterminación, que según él sólo serviría para «plantar berzas» y la independencia sólo «traería miseria». Claro está que luego se dio la oportunidad de contradecirse.
Así es que nunca se supo si su escepticismo se debía a que, en el fondo, veía más pegas que ventajas a una nación independiente de España o que, tras conocer el texto de la proposición no de ley, se había fijado en que se apostaba por el derecho de autodeterminación, en efecto. Pero la proclama se reconducía al Estatuto de autonomía, como marco de ese derecho y para la exigencia de cualquier otro objetivo político.
Hemos pasado por tiempos muy duros en Euskadi. Desde los pactos democráticos como el de Ajuria Enea hasta alianzas excluyentes como la de Lizarra. Momentos en los que se llegó a creer que nos acercábamos al abismo, como ahora pretende Artur Mas con los catalanes que le sigan. Y sobre todo lo que hemos pasado, 838 muertos que dejó ETA en el camino. Hemos atravesado por largos túneles. Dominados por la politización de la vida hasta tal extremo que ahora no nos extraña que los sondeos digan que los jóvenes identifican la política como problema.
Después del plan de Ibarretxe rechazado por el Congreso y con la ley de consulta aprobada por el Parlamento vasco e impugnada por el Tribunal Constitucional, a instancias del gobierno de Zapatero en 2008, el debate identitario, al revés que en Cataluña, se ha vuelto más receloso, más cauto, más desconfiado. De ahí que, a pesar de la presión constante de la izquierda abertzale, el sociómetro de noviembre desvelara que sólo un 25% de los encuestados se manifestaban partidarios de la independencia. Por eso, el PNV de Urkullu sólo se refiere a aquella proclama del Parlamento vasco para pedir que la Constitución reconozca el derecho del pueblo vasco a la autodeterminación, aunque, como todos sus electores saben, está comprometido con la exigencia de la celebración de una consulta.
Al final, las burbujas se deshinchan. Artur Mas, que está viviendo el fenómeno contrario al vasco porque se encuentra en plena curva ascendente de ciudadanos identificados con la independencia, debería tomar nota. De momento, va siguiendo los pasos de la senda fracasada de Ibarretxe. Acaba de utilizar la expresión clave en sede televisiva: elecciones plebiscitarias. Así las llamó también aquel lehendakari. Y no obtuvo el respaldo que necesitaba.