IÑAKI GIL PARÍS-EL MUNDO

Manuel Valls

Ex primer ministro francés, hoy presenta su candidatura a la Alcaldía de Barcelona

Controvertido, popular, combativo. Socialista apreciado por la derecha, social liberal, martillo de la izquierda. Ministro del Interior, primer ministro, candidato fallido a la Presidencia. Duro con la inmigración ilegal y el islamismo. Masón de logia izquierdista. Manuel Valls fue todo eso en Francia. Ahora se dispone a conquistar la Alcaldía de Barcelona, donde nació en 1962, donde hoy presenta su candidatura para una plataforma que incluirá a Ciudadanos.

«Mi padres se fueron a vivir a París. Xavier Valls era un intelectual profundamente libre, abierto a todas las corrientes de pensamiento. No era propiamente un refugiado político, sino un hombre joven que había huido de la losa franquista», cuenta nuestro protagonista en el prólogo de Anatomía del procés (Debate).

Manuel nació en el barrio barcelonés de Horta por voluntad de su padre, pintor figurativo emigrado en los 40 a París gracias a una beca del Instituto francés, y de su madre, Luisangela, maestra italosuiza. Pero toda su vida es francesa. El joven Valls se crió en Le Marais, barrio de artistas, hoy de moda. En el texto citado, el político cita «los amigos excepcionales» que pasaban por el estudio de su padre: José Bergamín, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Hugo Pratt, Frederic Monpou, Willlian Klein…».

En 1980 ingresa en La Sorbona (centro de Tolbiac). Facultad de Historia. Ambiente politizado. Se afilia al sindicato estudiantil UNEF, uno de los viveros del Partido Socialista (PS), donde entra de la mano de Michel Rocard, líder de la corriente segunda izquierda; será siempre su casa ideológica. Rocard entronca con el pensamiento radical-socialista de Pierre Mendès France, antimarxista.

François Mitterrand lleva a la izquierda al poder conquistando la Presidencia de la República en 1981. Pero el joven Valls no puede votar. Se naturalizará al año siguiente, «perdiendo la nacionalidad española porque la doble nacionalidad era imposible en la época» (Le Parisien).

El mismo año que obtuvo la licenciatura (1986) consigue su primer cargo, consejero regional de Isla de Francia, la región que engloba París. Dos años depués, Rocard es nombrado primer ministro y Valls entra en el Palacio de Matignon, sede del jefe de gobierno, como responsable de las relaciones con el Parlamento.

Al poco ingresa en la masonería, como otros notables del PS. El Gran Oriente de Francia es la obediencia señera. Según L’Express, Valls fue iniciado el 26 de abril de 1989. Sorprendió la logia elegida: Ni maestros ni dioses. «Estaba formada por libertarios o anarquistas, socialistas autogestionarios y comunistas. Un cóctel de alborotadores, herederos de una lejana tradición. ¿Acaso los teóricos del anarquismo, Proudhon y Bakunin, no era masones?», escribían en L’Express, donde otro miembro, Jean Pachot, resumía: «Manuel no compartía todas nuestras ideas pero disfrutaba entre librepensadores y libertarios. Venía a bronquearse a la logia». Valls ya era un hombre de ley y orden, rigor, valores republicanos, laicismo y antitotalitarismo. Por eso sorprendió la compañía elegida.

Valls vivaquea en puestos locales hasta que, en 1998, Jacques Guyard, alcalde de Evry (y hermano del Gran Oriente), decide no volver a presentarse. Valls toma el mando y deja huella: más policías, cámaras de vigilancia en las calles, mejoras en las viviendas sociales, aumento de gastos… Reduce su actividad como masón y es dado de baja en 2005.

Prospera durante los turbulentos años 90 del PS. Accede al secretariado, donde se ocupa de la comunicación. Para eso le recluta Lionel Jospin, primer ministro de la izquierda plural (1997). Al fin logra un escaño, en 2002. Y opuesto a la Constitución europea, vota sí al Tratado por disciplina con la política oficial del PS.

Forma parte del equipo de campaña de Ségolène Royal cuando intenta conquistar la Presidencia de la República. Quien la derrota, Nicolas Sarkozy, le ofrece un puesto en su gabinete. No acepta, porque para entonces, se ha ganado una reputación de social-liberal, uno de los pocos socialistas franceses que no desprecia a Tony Blair. Además de pragmático, cree que el socialismo ha perdido la brújula desde la Caída del Muro. Es revelador el título de su libro de 2008, Para acabar con el viejo socialismo… y ser por fin de izquierdas! Apoya la regla de oro para limitar constitucionalmente el déficit y las cuotas de inmigración, está en contra de las 35 horas… Como es de esperar, en el partido no le sobran amigos. En las primarias de 2011 es quinto (de seis), con sólo el 5,6% de votos. En la segunda vuelta, se alista con François Hollande, ganador, y se integra en su equipo de campaña. Al frente de la comunicación, otra vez.

La recompensa, el Ministerio de Interior. El cargo que fijará su imagen, su popularidad, su ambición. Continuador de Sarkozy: mano dura con los sin papeles, expulsiones sin contemplaciones… Y declaraciones super polémicas. «Los gitanos causan problemas de convivencia», «El islam tiene que demostrar que es compatible con la democracia»…

Consecuencias. Su popularidad llega al 60%, el doble que la del presidente Hollande. «Valls es un socialista que gusta a la derecha y cabrea a la izquierda biempensante», resume Jérôme Fourquet, del instituto de sondeos IFOP. Vamos, que el ala izquierda del gobierno y del P artido Socialista le odia.

En la Barcelona de Ada Colau, quienes critican su tolerancia con la venta ambulante y los narcopisos van a tener desde hoy a un paladín.

Cuando la derecha barre en las municipales de 2014, Hollande no tiene más remedio que hacerle primer ministro. Hará aprobar por decreto las reformas de su ministro de Hacienda, Emmanuel Macron. Ambos piensan lo mismo, tienen ambiciones y, por eso, rivalizan. En marzo de 2015, Valls tomó un café con varios periodistas en la residencia del embajador francés en Madrid. Contestó a todo, afable y rotundo. Menos a mi pregunta sobre sus aspiraciones presidenciales…

Hollande, con la popularidad por los suelos (empeorada por Macron hoy), renunció al segundo mandato, la señal que esperaban sus cachorros. Valls dejó el cargo de primer ministro y se presentó a las primarias. Macron hizo lo mismo, pero montando un partido a su medida. Valls tenía razón: el PS debía cambiar de arriba a abajo. Sólo que sus militantes no quieren. Eligieron a Benôit Hamon, y obtuvo el peor resultado de la historia del PS. Y Valls, saltándose el compromiso de todo candidato de apoyar al ganador, miró a Macron, que tuvo un gesto: no presentó adversario en su circunscripción y Valls consiguió su escaño por un puñado de votos. Su rival, Farida Amradi, lleva recogidas estos días 12.000 firmas para que renuncie a su escaño. Sólo ha participado en tres de las más de 30 reuniones de la comisión de leyes. Francia es pasado para Valls.

Incluso en lo personal. Casado en 1987 con una compañera de estudios, Nathalie Soulié, tuvieron cuatro hijos antes de divorciarse casi 20 años después. Luego se unió a Anne Gravoin, violinista de cámara del Conservatorio de París. Antes del verano, se le relacionó con una diputada del grupo de Macron, Olivier Grégoire, también parte de su pasado francés. Como informó en exclusiva LOC y confirmó después Paris Match, Valls mantiene desde verano una relación con Susana Gallardo, ex del fundador de Pronovias, Alberto Palatchi, y heredera de la familia Almirall, farmaceútica cotizada en bolsa con sede en Barcelona.

Así que ahora volvemos a su prólogo para Anatomía del procés. En él, Valls exhibe pedigrí. Su bisabuelo Josep María se afilió a la Lliga de Catalunya y luego a Unió Catalanista. Fue concejal y vicepresidente de la Cámara de Comercio. Su otro abuelo, Magí, también banquero, «catalanista y católico», colaboró en el periódico El Matí. Esconder a curas perseguidos durante la Guerra Civil le libró de ser encarcelado por separatista tras la victoria de Franco.

Las amistades veraniegas de papá, ser del Barça, hablar catalán y sus ideas claras ayudan a Valls a construir su nueva vida. Sus rivales deben saber que se miden a un hombre decidido, con ganas de pelea.