Sociologías

Lo que Arzalluz no necesitó nunca es ir de intelectual. Sabía muy bien el recelo telúrico que tienen los bizkaitarras hacia la «inteligentsia». Motivo por el cual se llevaron siempre mal con Unamuno.

En la pared junto a la fotocopiadora alguien ha pegado la foto de la muralla de Hondarribia, con las velas encendidas en memoria de Jokin. Al mirarla me siento interpelada; pero no tengo respuestas sino conjeturas sobre los adultos cuyo silencio pudo mecer el desplome del adolescente.

En realidad, me falta conocimiento suficiente sobre el caso y me persigue tenazmente un prejuicio: ¿Era la helada sombra que proyecta la cultura de la violencia la que contemplaba Jokin detrás de la mirada de quienes tan concienzudamente le maltrataron?

Llevo años convencida de que el día que enterremos al monstruo etarra corremos el riesgo de que nos broten monstruitos de todos los colores. Ya lo decía Oteiza, nuestro último neolítico auténtico: «Lo que hemos enterrado aquí, mañana crece». Pero dejo esta conjetura para otra semana.

Porque, para sociología la que nos ha traído este fin de semana Josu Jon Imaz en una entrevista esclarecedora. Observen esta frase suya acerca del futuro de ETA: «No hay en estos momentos una sociología que permita una reproducción del fenómeno en la misma temporalidad». Estas son de las cosas que te hacen exclamar: Maestro, si te seguimos, es por lo bien que te explicas.

Repuesta del impacto, reconozco que algo ha cambiado en el partido. Hasta el año pasado era normal que el líder hablase para sus seguidores, sin importarle el escándalo que sus palabras produjesen a los extraños. A Arzalluz le entendían muy bien en los batzokis aunque hablase en parábolas o de manera críptica, como cuando les dijo: «Van a suceder… cosas…», y todos sus oyentes quedaron traspuestos: «Huy lo que ha dicho Xabier». Pero le entendieron, y por eso no se sorprendieron cuando, a los pocos meses, salió la noticia del Pacto de Lizarra. Es que Arzalluz no había más que uno y sin él Euskadi ya nunca será la misma.

Lo que Arzalluz no necesitó nunca es ir de intelectual. Sabía muy bien el recelo telúrico que tienen los bizkaitarras hacia la «inteligentsia». Motivo por el cual se llevaron siempre mal con Unamuno. Cuestión distinta es la de convertir en estrategia el ardid de repartir el trabajo entre unos que agiten el árbol y otros que recojan las nueces. Porque en este país lo que cuenta es la fuerza de la piel sobre la piedra (y viceversa); lo demás es foráneo.

Así que la entrevista en cuestión pone de manifiesto un cambio histórico. Por primera vez un presidente del partido dice algo para que le entiendan en España y para que no le entiendan en su batzoki. Muchos españoles lectores de periódicos son capaces de desencriptar la frase antedicha. Hasta yo la entiendo con un poco de esfuerzo, y eso que me dedico a la enseñanza. Pero ¿qué sucederá si un día se la entienden también los suyos? Pues que podrían encontrarse convertidos en un partido vulgar.
Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 13/10/2004