(Aún) no estoy sobre el terreno y no dispongo de más información que nadie sobre el comienzo de la contraofensiva ucraniana.
Pero me gustaría volver sobre el episodio que la precedió inmediatamente: la explosión en la presa hidroeléctrica de Kajovka, cerca de Jersón, y la forma en que Europa ha reaccionado ante dicho suceso.
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Lo cierto es que ha sido repugnante.
Ha sido repugnante preguntarse una y otra vez «quién se habrá beneficiado del crimen».
Ha sido repugnante repetir en bucle, procurando no posicionarse, que los dos bandos se estaban «pasando la patata caliente» del crimen.
Ha sido repugnante que las Naciones Unidas, que no pierden ocasión de actuar de manera infame, se contentaran con «observar» que la «catástrofe» era una «consecuencia» (¡ay, la perfidia, la vileza, la cautela, de usar «consecuencia»!) de la invasión. Y eso, para más inri, ¡el «Día de la Lengua Rusa»!
En resumen, ha sido repugnante insinuar, escurriendo el bulto al más puro estilo Norpois (personaje proustiano que sigue habitando las cancillerías desde su aparición en En busca del tiempo perdido), que no contábamos con todos los datos; que la situación no estaba clara y que era perfectamente plausible que los ucranianos hubiesen provocado la explosión que causó semejante devastación en el sur de su país.
Lo mismo nos decían ya en Sarajevo, cuando algunos «determinaron» que las dos granadas de mortero serbias que mataron a 105 bosnios en el mercado de Markale en 1994 y en 1995 habían sido lanzadas por los propios bosnios.
Ucrania acusa a Rusia de volar la presa de Nova Kajovka: amenaza de inundación en Jersón https://t.co/RbQTDyKAgz
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) June 6, 2023
Se nos infligió la misma grosería en la época del genocidio de Ruanda, con el negacionismo en tiempo real de quienes iban por ahí repitiendo que los taimados tutsis habían provocado demasiado a los hutus como para no tener parte de culpa en su propia masacre.
Por no hablar de uno de los grandes clásicos de la historia de las persecuciones antijudías: la inversión de los papeles, la transformación de los verdugos en víctimas y la atribución de la culpa del martirio a las verdaderas víctimas.
Se oyeron algunas voces discrepantes, como la de Greta Thunberg, que dio con las palabras adecuadas para alzar la voz y denunciar que Rusia, y sólo Rusia, debe responder por este crimen.
Pero, en su mayor parte, quienes han soltado sus peroratas han sido los «expertos» de turno; los más informados predicaron que los Lancasters de la RAF británica lanzaron bombas Upkeep sobre las presas del Ruhr en 1943; que fue un ataque para acelerar el final de la guerra, para inundar a una Alemania que no se decidía a capitular, y que las guerras tienen razones que la razón misma no entiende…
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El problema es que todo el asunto no sólo ha sido repugnante, sino idiota.
No es Rusia la que está sufriendo una inundación, sino Ucrania.
Desde el preciso momento en que las carreteras por las que se disponían a pasar los Leopard ucranianos del sector sur se vuelven intransitables, no es la paz lo que se acelera, sino que se detiene la contraofensiva y se alarga la guerra.
Y no hay una sola realpolitik en el mundo que pueda, no digo siquiera justificar, sino explicar por qué Ucrania, a punto de avanzar posiciones hacia la península de Kinbourn y luego hacia Crimea, se ha pegado un tiro en el pie de esta manera.
A esto yo le añadiría que (al igual que en agosto de 2022, cuando 53 prisioneros de la fábrica Azovstal perecieron en una explosión que he demostrado aquí que sólo podría haberse provocado desde el interior de la prisión de Olenivka) todo el mundo sabe que un misil disparado desde el exterior de la presa jamás habría tenido la potencia suficiente para destruirla.
Añadiré también que las cadenas de televisión estatales rusas no han dudado, como puede verse en los canales de Telegram donde se ven las retransmisiones de la fundadora estadounidense-ucraniana de Russia Media Monitor, Julia Davis, en congratularse por la brillantez de la operación y en animar a replicarla, esta vez con las miras puestas en la gigantesca presa de Kyiv.
Por último, me gustaría añadir que no era la primera vez que los bombarderos rusos probaban suerte, y existe un informe del intachable Centre for Investigative Journalism (CIJ) en el que se enumeran los pueblos en los que habían hecho experimentos en las semanas anteriores.
Tokmak, Berdiansk, Udarnyk, Grushivka, Pryazovske, Yakymivka, Chornozemne, Peremozhne, Viazivka, Petrivka… El planteamiento es siempre el mismo. Los embalses se llenan hasta los topes. A veces se construyen a propósito y todo. Y se vuelan al lado de una carretera estratégica. Por no hablar (yo estaba allí, rodando Slava Ukraini) de los megacargueros de Kriví Rih, cuyas aguas casi anegaron la ciudad natal de Zelenski el 25 de noviembre.
El 19 de marzo de 1945, Hitler decretó firmó la Orden Nerón, que dio paso a la política de la tierra quemada.
80 años después, Putin inventó lo que el diario francés Libération llamó «la estrategia de la tierra inundada».
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Lamentamos tener que entrar en estos detalles.
Pero la Historia avanza tan rápido que corremos el riesgo de perdernos episodios fundamentales.
En este caso, sería un trágico error.
En primer lugar, porque la catástrofe de Kajovka seguirá siendo, pase lo que pase, uno de los grandes ecocidios de la historia contemporánea.
Pero también porque demuestra que Putin, acorralado, a la cabeza de un Ejército ya muerto, está dispuesto a cualquier cosa para postergar la hora de la debacle.
Habrá otros Kajovkas.
Y para que esta pesadilla termine, Ucrania necesita más cañones, más aviones y más munición.