El Correo-TEODORO LEÓN GROSS
25 de enero de 2012
Las cosas están feas, y van a estar más feas. Los titulares de la mañana parecen un corolario del pesimismo desopilante de la Ley de Murphy: todo lo que puede empeorar, empeorará. Los diagnósticos oficiales evocan el parte médico de un siniestro total, pronóstico muy grave en recesión con una caída mayor del 1,5% del PIB, incumplimiento del déficit hasta 2014 y otro medio millón al paro. Y de momento se sigue esperando al Gobierno, ausente del escenario. En su descargo, solo llevan ahí cinco semanas. Es un plazo demasiado corto. Y la urgencia es uno de los enemigos públicos de esta época. Ya le pasó factura a Zapatero, y este Gobierno además se ha estrenado bajo el ojo del huracán sin margen de maniobra. Eso sí, el presidente debería empezar a reaccionar porque bajo este estado de alarma nacional se le ve, como cantan los gaditanos, más perdido que el barco del arroz que nunca llegó en la hambruna de la posguerra. Apenas en el primer tercio del plazo tácito de cien días para examinar a los nuevos gobernantes, es razonable mantener el voto de confianza al Gobierno obtenido en las urnas. Pero hay señales alarmantes que el gabinete debería hacerse mirar, y basta la autocrítica sin necesidad de gurús o nigromantes porque son males obvios: el presidente escondido; la descoordinación entre contradicciones de datos y objetivos; cambios en las previsiones como sus antecesores; electoralismo de regate corto ya en sus primeros cien días, mirando a Andalucía; improvisaciones… Algunos de esos errores forman parte del paquete cotidiano de reproches que dirigían al zapaterismo. De momento la mejor noticia para el Gobierno sigue siendo trabajar sobre el alambre sin oposición, extraviada en sus cuitas internas. Desde hoy el Foro de Davos rueda bajo el lema de ‘la gran transformación’ tomado de Polanyi en 1944 al declarar agotada la economía del XIX. Esa es la esperanza, pero hasta ahora, desde que estrenaron el eslogan de reinventar el capitalismo del XX de Breton Woods, no se ha visto nada serio. Eso ha dado pábulo a la ‘teoría del shock’ que sugiere que esta crisis es una coartada del sistema para apretarle las tuercas a la sociedad desarmada. Sin caer en las conspiranoias, es evidente que España necesita una ‘gran transformación’ económica, administrativa, educativa y hasta sociológica. El Gobierno de momento se atascó en la subida de impuestos. Es pronto, pero el tiempo apremia. Lo que el Banco de España denomina «un grado de incertidumbre muy elevado» significa, en la retórica fría de los tecnócratas, que el horizonte pinta muy jodido.