José Alejandro Vara-Vozpópuli
- ¿Qué será lo siguiente? ¿Demolerán los cuarteles, como el Begoña en San Sebastián? ¿Se cargarán, como pretendía Sánchez, el departamento de Defensa? ¿Eliminarán el cargo de general en jefe de los Ejércitos, que, casualmente, es el Rey?
Le quitaron primero los espolones y luego los galones. Deshonrado y humillado, acaban de mandar a su casa al general Miguel Ángel Villarroya, por cumplir a rajatabla el intrincado protocolo de vacunación de la Subsecretaría de Defensa a cargo de Amparo Valcárce, dotada de una ineficacia superlativa que ahora potencia aventando mentises y otras excusas.
Sabido es que la actitud del sanchismo hacia el Ejército es como la de aquel jesuita hacia el pecado: no son partidarios. Lo del primero se trata de una afección adolescente, un tic de boboprogre con pocas lecturas y enormes orejeras. Dos ojeadas a Tucídides y a John Keegan les sacarían de su insana estulticia. La primera medida que adoptaría nada más llegar al Gobierno sería suprimir el Ministerio de Defensa, confesó Pedro Sánchez cuando pugnaba por alcanzar la Secretaria General del PSOE. A su actual socio de Gobierno, Pablo Iglesias, le ‘emociona’ contemplar cómo se apaliza a un policía. «Un policía muerto, un policía menos», cantaba Albert Pla, ídolo para los morados. En suma, profesan ambos una aversión infantiloide hacia los uniformados, herencia de un sesentayochismo torpemente digerido.
Disputas mal disimuladas
Acaban de cargarse a todo un Jemad de ejemplar trayectoria, de impecable hoja de servicios, entregado a la causa de la defensa de la libertad y el Estado de derecho, que ha estudiado, trabajado, leído y se ha esforzado algo más que ese grupete informe que le ha enviado al sumidero. Se lo han cargado, fundamentalmente, por unas disputas mal disimuladas entre dos ministros. Entre Margarita Robles y su homólogo de Interior, Fernando Grande-Marlaska, puestos a precisar.
Sabido es que Margarita y Marlaskita, ‘esa pareja fantástica’ como los llaman en Interior, apenas se soportan. Se dispensan un trato entre esquivo y gélido, herencia de disputas de antaño, de cuando ambos vestían toga y rulaban por los circuitos judiciales y se codeaban en los sillones del CGPJ. Ella, digno es subrayarlo, ayudó cuanto pudo a Marlaska en sus primeros pasos de ascenso en el escalafón. Su apadrinado correspondía con una ejemplar entrega a la causa de la Justicia. Perseguía sin fatiga a esos mismos terroristas y criminales a los que ahora, insospechadamente, agasaja, reagrupa y protege.
El cruce de trompadas era persistente y mayúsculo. Retumbaba por salones y pasillos en ambos Ministerios, donde se ajustan públicas apuestas y se aplauden con vivas eufóricas las trompadas y guantazos
Poco a poco, ambos magistrados se fueron distanciando, sin abandonar su mutuo y creciente desprecio, hasta que coincidieron en esa jaula de las locas que algunos denominan Gobierno. Llegados al Gabinete, rodeados de alocadas, inútiles, chulánganos y demás material por derribo que conformanel Consejo de Ministros, chocaron con estruendo. Una y otra vez. El cruce de trompadas es persistente y mayúsculo. Retumba por los salones, despachos y pasillos de ambos Ministerios, donde se ajustan públicas apuestas, se aplauden con vivas eufóricas los topetazos y se narran los guantazos con minuciosidad de acta notarial. Un espectáculo.
La última colisión se ha llevado por delante al Jemad. El mayor alto cargo de la familia castrense, poca broma, ha sido obligado a dimitir por uno de los famosos dimes, diretes y soplamocos de cuantos jalonan las tensa relación entre Margarita y Marlaskita. El general Villarroya fue el único espécimen presentable de cuantos convocó el departamento de fuegos artificiales de Moncloa para animar a la plebe en las angustiosas y eternas jornadas del confinamiento pandémico. Mientras el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, José Manuel Santiago, se dedicaba a ‘minimizar las críticas al Gobierno en las redes» (lo ascendieron, claro), el general Villarroya hizo famosa una frase, colofón y espíritu del soldado: «Para un militar, todos los días son lunes».
Filomena, telón de fondo
Marlaska, fieramente enfurruñado por la brillante actuación de la UME en Madrid al paso de la pérfida Filomena, no pudo menos que vengarse de Robles, impulsora de tan loable iniciativa. Lo hizo en el culo de este general del Aire, aprovechando un embrollo burocrático con las vacunas. El titular de Interior había cesado a un teniente coronel de la Guardia Civil que pasaba por allí y que había sido vacunado conforme ordena el protocolo diseñado estrictamente para el personal del Estado Mayor. Circunstancia compartida por el propio Villarroya y otros miembros del Alto Mando, como por ejemplo, sanitarios y personal destacado en el exterior, tal y como bien informó Vozpópuli.
Marlaska, espoleado por ese resentimiento insípido propio de los espíritus mezquinos, cesó al suyo, al teniente coronel, 45 años, toda una carrera por delante, para colocar a Robles contra la pared. La titular de Defensa, en lugar de defender al suyo, que había actuado en forma irreprochable, lo mandó a su casa. Sin palabras de reconocimiento, sin elogio alguno para suavizar la bofetada. Desde que ejerce como político sinuoso y rastrero, nadie puede esperar de Marlaska una actitud de gallardía. Pero quizás de Margarita muchos de los suyos confiaban en un comportamiento, si no heroico, sí respetuoso con la integridad, la rectitud y la justicia. El general cumplió las normas y punto. Su mando superior no evitó la indecencia del inclemente castigo.
Juegan con las Fuerzas Armadas como si fueran soldaditos de plomo. En Podemos se divierten con este episodio tan chusco y han vertido en las redes carretadas de detritus sobre la cabeza del alto militar ahora defenestrado. En el Gobierno, nadie ha dicho ni una palabra en defensa del Jemad, conscientes de que a Sánchez la música militar nunca le supo levantar. Al cabo, suena como el himno nacional, a «cutre charanga fachosa», como diría el vicepresidente de asuntos sociales y residencias de ancianos.
Si la revolera entre dos ministros deriva en la voladura de la cabeza (profesionalmente hablando) del mayor mando castrense, mientras la jauría apoya y jalea la operación, ¿qué será lo siguiente? ¿Demolerán los cuarteles, como el de Loyola en San Sebastián? ¿Se cargarán, como pretendía Sánchez, hace apenas nada, el departamento de Defensa? ¿Eliminarán el cargo de jefe supremo de las Fuerzas Armadas que, casualmente, ostenta el Rey? Si al menos hubiera mili, se desahogarían suprimiéndola. pero eso ya lo hizo Aznar hace tres décadas. Cualquier día, estos toman al asalto el Alcázar de Toledo y aquí se lía.