Luis Ventoso-ABC
- Algún día nos asombrará como se han constreñido las libertades básicas
Gran epifanía sanchista. Cuando llevamos ya más de un año de batalla universal contra el Covid y 75.000 muertos reconocidos en España (que en realidad son más de cien mil), el Gobierno se despereza y publica en el BOE una nueva ley, que convierte la mascarilla en obligatoria al aire libre en todas las circunstancias. La decisión la toman los mismos que hace doce meses, cuando el virus obligaba a cerrar la Lombardía y se veía claramente la magnitud del problema, se lo tomaban a coña, convocaban manifas doctrinarias y nos aseguraban que apenas habría contagios y que la mascarilla era innecesaria (así lo indicaba el referencial doctor Simón, que no ha dado una y ahí sigue, y cuyo último
hito ha sido asegurar que la cepa británica apenas llegaría, cuando por desgracia es ya omnipresente y en Valencia supone siete de cada diez nuevos casos).
So pena de multa, a partir de ahora habrás de portar tu mascarilla aunque te encuentres solo en una playa desierta fumándote un truja a las siete de la mañana, o aunque andes de senderismo por un monte agreste donde no trepan ni las cabras. Sin embargo, no tendrás que ponértela para ‘el deporte individual’. Es decir, si vas caminando por un parque o por la orilla de un río, mascarilla por decreto. Pero si te marcas un trote cochinero, que diría el gran Súper García, quedas liberado. Mascarilla obligatoria a solas al aire libre, pero puedes quitártela dentro de un bar para soplarte una caña, unas tapas o un café.
Tenemos un país donde sus hábitos de vida son idénticos en todas sus regiones, pero somos tan identitarios que cada una cuenta con sus normas a la carta para luchar contra una enfermedad igual para todas. Franceses o alemanes pueden venir aquí de vacaciones, pero tú no puedes viajar a tu segunda residencia (cuyos impuestos te cobran puntualmente), o a visitar a tus padres en otra provincia, ni siquiera acreditando un test negativo hecho en la víspera. Tenemos un Gobierno que ejerce de mero consultor ante el Covid, pues ha decidido que la pandemia es la guerra de las autonomías, y que solo interviene de manera espasmódica por móviles partidistas (principalmente, fustigar a Madrid). Ha faltado una estrategia sostenida y consistente, acorde al dramático y complejo reto sanitario que afrontamos, pero no ha habido escrúpulo alguno a la hora constreñir las más elementales libertades personales.
Cuando los historiadores del futuro estudien lo que ha sido este tiempo de epidemia en España y Europa destacarán dos claves: improvisación chapucera y un insólito pisoteo de los derechos de las personas. Padecemos unos gobiernos que no piensan tanto en el bienestar general como en su propia popularidad. Histéricos ante los juicios sumarísimos de la opinión pública propiciados por la aceleración digital, son incapaces de pararse a pensar con sosiego y viven para el gesto. Así que ya saben: mascarilla obligatoria aunque estés solo buscando tréboles alpinos por el parque nacional de Ordesa, pero puedes ir sin ella si sales a correr por los bulevares de La Castellana o por una Barceloneta atestada.