MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 22/01/13
· En materia de corrupciones a ninguno de los partidos en presencia, y menos a los dos mayores, les conviene afearse entre sí.
La probada incapacidad autocrítica del PP determina que, ocurra lo que ocurra en la vida política española, los malos son los otros. Ello, que no repugna a la naturaleza funcional de los grupos de poder, conlleva un efecto sacralizador de los líderes y le permite a Mariano Rajoy pasar y dejar pasar, sobre una situación incandescente, en la que arde más rápido el prestigio del primer partido nacional que las sospechas y las pruebas de su conducta improcedente. Insinúan los recaderos al uso en el partido de la gaviota, muchos y muy endebles, que el PSOE —¿todavía existe?— aprovecha las circunstancias, a falta de perspectivas electorales esperanzadoras, para lanzar una ofensiva contra la corrupción del PP. Podría ser. También a la mujer de Lot se le ocurrió mirar hacia atrás, cuando lo de Sodoma y Gomorra, y se convirtió en estatua de sal. Estas cosas solo ocurren en la Biblia. La realidad cotidiana y próxima es más chiquita. En materia de corrupciones a ninguno de los partidos en presencia, y menos a los dos mayores, les conviene afearse entre sí las corrupciones y corruptelas que forman parte de su verdadera identidad.
Lo que constituye un hecho es que llueve sobre el PP, y con mayor fuerza en su cogollo de máximo poder, todo un chaparrón de acusaciones que, aunque típicas en un sistema partitocrático, no son fácilmente asumibles por la militancia de base ni, lo que es todavía más grave, por los simpatizantes y próximos en los que se asienta la vigente mayoría absoluta del partido. Luis Bárcenas es una historia vieja, de cuando el PP era todavía AP, y adormecida estaba hasta la primavera del año pasado. Entonces la Fiscalía y la Abogacía del Estado, supuestamente dependientes del Ejecutivo, volvieron a inflar el globo, ya anterior y varias veces recauchutado, de una financiación partidista que, vístase como se quiera, constituye la más rotunda de las muestras para el diagnóstico de una democracia de mala calidad.
Para salir del paso, que la medida no tiene dimensión de solución suficiente, Mariano Rajoy ha anunciado un par de auditorías, interna la una y externa la otra, que puedan disipar las sospechas en curso. Quizás le convendría conocer primero si el aluvión en curso lo pronuncian sus próximos o es cosa de sus adversarios. Estos últimos no se tienen en pie y, aunque tuvieran las ganas escasearían en los medios. Los de dentro, los «fieles», son siempre la fuerza más demoledora en las formaciones que, endogámicas de por sí no buscan tanto el bien general de la Nación como la fuerza que les permita seguir en donde están y, sin mucha fatiga, salpicar indultos, prebendas, oportunidades, condecoraciones, licencias y cuantos elementos explicitan el poder en manos del que lo tiene, tanto para ostentarlo como para detentarlo.
MANUEL MARTÍN FERRAND, ABC 22/01/13