MANUEL MARÍN, ABC – 29/03/15
· «La consigna durante tres años para los ministros era no generar empatía mediática. Pero la ciudadanía no olvida»
Quien tiene pasado lo paga en desgaste. Quien carece de él está virgen y sus errores pasan inadvertidos. Buena parte de la desorientación del PP proviene de la creencia –errónea– de que la gestión correcta del marasmo económico iba a compensar la agresiva política de acoso al bolsillo de las clases medias. Primer error. Segundo, la percepción de que daría resultado la apelación al voto útil, al voto del miedo o al voto resignado (el de la nariz tapada). El tercero, el arrinconamiento de capítulos ideológicos relevantes para el electorado de la derecha. No basta con presumir de impedir un rescate. Ni simular ser un tótem contra la corrupción cuando es inocua como argumento de derribo.
El PP se ha dado de bruces con la crueldad de su diagnóstico: si no es capaz de regenerar su proyecto con un plus de credibilidad, y si no puede transmitir ilusión y someterse a un rearme anímico para recuperar liderazgos agotados que solo son cuestionados en la voz baja de conciliábulos resignados, está en riesgo de ser un pato cojo. El PP es un hervidero de dirigentes instalados en un pesimismo existencial en busca de culpables. Se ven incapaces de corregir una percepción de antipatía social, de distanciamiento y frialdad, de insensibilidad por lo cercano, por el votante.
Se quejan de Rajoy como víctima del «síndrome de La Moncloa», hierático frente al despeñadero. La consigna durante tres años para los ministros era no moverse, no aparecer, no generar empatía mediática, infravalorar internet, despreciar las redes sociales como factor de movilización… Toda la apuesta, vencida al rigor frente a la crisis. Pero la ciudadanía no olvida cuando lo pasa mal. Y Génova no alcanza a comprender por qué no se premia el sacrificio de impedir que Europa fulminase a España. En una sociedad viciada por la dictadura de la imagen y las apariencias, al PP le cuesta resolver una sencilla ecuación: acertar va en el sueldo; equivocarse no se perdona.
A una parte relevante de su electorado le da igual qué hay o no detrás de Ciudadanos. O si es de centro-izquierda. O abortista. O que no haya gobernado ni una pedanía de 200 habitantes. No importa cuánto oro hay en el cofre porque la apariencia del tesoro, la mera expectativa de que existe, ha sido más fuerte en el ánimo de un tercio de sus votantes andaluces. El PP padece la parálisis del marido infiel cuando jura que nunca más ocurrirá. Ciudadanos ha aprovechado las inercias que han debilitado al PP para arrebatarle el discurso de la «pureza de raza» contra la corrupción o el nacionalismo, la sonrisa ante las cámaras –¿quién del PP sonríe hoy en una aparición pública?–, y una vacuna crucial: la empatía. Creen en el PP que tarde o temprano la imagen de Albert Rivera caerá en desuso.
Que, como el amor, se romperá de tanto usarlo. Y citan el ejemplo de Rosa Díez. Puede ser cierto. Pero exigen rapidez y contundencia. Rajoy es hábil, tiene experiencia, sabe esperar. Pero ganar en empatía requiere revulsivos y golpes de efecto… Básicamente, lo que hacen los demás con más éxito.
MANUEL MARÍN, ABC – 29/03/15